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2. A partir de la fecha de publicación, los miembros del blog deben comentar en cada entrada, con impresiones, consejos y correcciones (de ser necesarias) hasta el viernes de la semana de publicación.

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miércoles, 30 de noviembre de 2011

Omega

Mi vida no había sido interesante hasta ese día, no era un gran atleta o un gran conquistador y me tranquilizaba pensar en mi existencia como un ciclo de rutinas que se repetiría hasta mi muerte: despertar, bañarme, desayunar, caminar 4 cuadras hasta tomar el bus hasta el trabajo, una hora de mirar por la ventana, 9 horas de informes y reuniones, una hora de vuelta en el mismo bus, 4 cuadras hasta mi apartamento, comer, 2 horas de TV, masturbarme pensando en la secretaria del jefe y dormir 8 horas para empezar otra vez al otro día.

Mi contacto con los demás se limitaba a lo necesario para poder seguir trabajando no socializaba en la cafetería ni en los descansos, me quedaba en mi cubículo la mayoría del día para terminar a tiempo y no perder el bus de las 5:56 que me dejaba en mi casa a las 6:58, justo a tiempo para ver la serie de ninjas que me encanta. Por eso no noté nada raro ese día ni el otro, solo pensé que una huelga de buses me obligaría a montar bicicleta hasta el trabajo y que era un día particularmente lento en la oficina.

Cuando me imaginaba el fin de la raza humana, siempre pensaba en zombies, extraterrestres, tsunamis, asteroides gigantes o una nueva era de hielo que devastara todo el planeta, me imaginaba un Apocalipsis rápido, e indoloro, que me encontrara feliz en mi sillón viendo porno y pensando en Karen, la secretaria del jefe.

Por eso mi sorpresa al darme cuenta que hasta el último ser humano del planeta había muerto 2 días atrás y yo no lo había notado.

Por supuesto me costo un tiempo darme cuenta que no había nadie más, llegue incluso a albergar la idea de que este hecho había afectado a solo una parte de la población y que yo era uno de los sobrevivientes entre billones de muertos…el término no sería “muertos”, en realidad no sé dónde diablos está todo el mundo, simplemente dejaron de “estar”.

Pasé los primeros meses de mi nueva vida tratando de cumplir todas las fantasías que se me ocurrieron, pero descubrí que la mayoría eran más bien poco prácticas y casi ninguna fue de mi agrado: al caminar desnudo por el centro de la ciudad me picaron miles de mosquitos, al tratar de entrar a una de las mansiones de la parte rica descubrí que la mayoría de las rejas estaban cerradas y los sistemas de seguridad aun funcionaban, al tratar de llevarme todas las cosas valiosas de un centro comercial a mi casa noté que no soy particularmente fuerte y en cambio sí soy muy perezoso, de modo que a mitad de las escaleras dejé caer el televisor de 80 pulgadas que intentaba cargar, manejar autos deportivos no era nada agradable, son bastante estrechos y me tallaban la cintura, además las carreteras están aun hoy en día atiborradas de todo tipo de vehículos abandonados, lo que hace de conducir todo un problema.

Al final de mucho intentarlo me encontré sentado todo el día en mi casa jugando con mi consola en mi viejo televisor, recorriendo la ciudad en mi bicicleta para ir al súper y comiendo las mismas comidas de microondas que preparaba antes.

Un par de meses después, cuando el suministro de energía empezó a fallar por toda la ciudad, terminé mudando mi sillón al otro lado de la calle donde un viejo jipi había acondicionado su tienda de camisetas para funcionar con paneles solares.

Un día decidí tomarme una vacaciones y monté mi bicicleta hasta la salida de la ciudad, donde busqué un auto todoterreno con el tanque lleno y empecé a conducir por la primera autopista que encontré, en realidad no sabía a dónde llegaría y no era mi intención demorarme mucho, pues tenía por costumbre siempre llegar a las 6:58 a la tienda del jipi y poner un DVD de mi programa de ninjas favorito, pero ese día quería salir de esas calles que conocía tan bien, así que empecé a conducir. No iba muy rápido pues nunca he sido un buen conductor y me costaba trabajo esquivar los autos abandonados a la mitad de la vía, pero podría decirse que iba a buen ritmo, a medida que me alejaba de la ciudad, el silencio en el que vivía se fue convirtiendo poco a poco en un concierto de sonidos que casi había olvidado: el canto de los pájaros, el viento en los árboles, el chillido de las ardillas y todo lo demás.

Fue en ese trayecto, en un tramo especialmente largo y despejado, mientras el viento me golpeaba en la cara a través de la ventana abierta del todoterreno y la completa seguridad de que era el último ser humano sobre la tierra me generaba una gran sonrisa, que se me ocurrió que había muerto y estaba en el cielo.

Prisionera


El poco aire que aún se lograba filtrar por sus fosas nasales para abrirse paso hasta sus bronquiolos y así brindarle un poco más de oxígeno fue lo que la despertó. El hedor combinado entre tierra y humedad lograron perturbarla hasta que logró retomar la consciencia.

Lo primero de lo que se percató fue del encierro. Un terrible y aterrador encierro que la limitaba en un espacio de 2 X 1 metros. Consciente de esta situación y antes de que pudiera valorar cualquier otra cosa, se dejó llevar por sus primeros impulsos. Comenzó a mandar manotadas y patadas hasta donde las 6 caras del paralelepípedo en el cual se encontraba le permitían.

Tardó un par de minutos en comprender que así no lograría nada. Inhaló un poco más de ese fétido aire en procura de relajarse lo suficiente, como para permitir que la sangre llevara un poco de oxígeno a su cerebro y así este le permitiera idear, por lo menos, una forma de salir de esta situación.

Inició un ejercicio mental para ir hasta lo último que recordaba. Había salido muy temprano de su casa hacia el trabajo, había ido al parqueadero, se había subido a su carro, lo había encendido, hasta ahí su mente le colaboraba perfectamente, sin embargo no podía recordar nada más. No sabía que había pasado después. No sabía cómo había llegado a donde se encontraba actualmente. Y mucho menos tenía idea de quién le podría haber hecho eso.

Una vez se sintió frustrada con su intento de recordar la causa o el motivo por el cual se encontraba en esa situación, decidió comenzar un nuevo ejercicio mental.  Empezó a seleccionar toda la información que su cerebro había almacenado sobre situaciones como estas. Películas, series de televisión, telenovelas, literatura, historias que le habían contado, absolutamente todo lo que contenía características de la situación que estaba viviendo. Comenzó a filtrar mentalmente lo más importante desechando lo que sabía que por la ficción misma del contexto en el que se presentaba no lo podría usar. Al fin al cabo a eso era a lo que se dedicaba, era analista de bolsa y su oficio era precisamente eso, analizar.

Fue así como fabricó una lista de las cosas que debía hacer, sabiendo que lo principal para mantenerse con vida era no dejarse llevar por los ataques de pánico y ansiedad, los cuales provocan un aceleramiento del ritmo cardiaco y a la vez de la frecuencia respiratoria atentando con lo más sagrado en una situación así: el aire.

Siguió con la segunda cosa que tenía en mente: Indagar en sus bolsillos, tocar, palpar, investigar todo lo que la rodeaba para establecer las condiciones en las que se encontraba. Así fue como comenzó a tocarse por todas partes, se percató de que llevaba la misma ropa con la que había salido de su casa la última vez que estuvo consiente. Una falda que le llegaba 3 dedos por encima de las rodillas, medias veladas, una camisa de manga ¾ con boleros en el cuello. Tan sólo faltaban 3 cosas: sus tacones, su chaqueta y su bolso. Quizás lo que más hubiera deseado tener en ese momento era su bolso. Aun así pudo identificar un objeto que se encontraba a sus pies. Por el sonido que emitía cuando chocaba contra las paredes de su prisión parecía ser de plástico. En ese momento un embargo de ilusión apremió la totalidad de su ser. Podía ser un celular – pensó.

Después de contorsionarse, moverse, acercar y alejar el pequeño objeto que se posaba a sus pies, logró llevarlo hasta las yemas de los dedos de su mano izquierda, una vez ahí, se asió de él y lo llevó frente a su rostro. Al primer tacto no se parecía mucho a la imagen mental que tenía de un celular. Era demasiado pequeño y no contenía todos los accesorios que un teléfono móvil debería tener. Con este revés sufrió un pequeño bajón anímico, sin embargo, consiguió recuperarse a tiempo. Siguió escarbando cada una de las hendiduras y protuberancias del objeto, hasta que al fin dio con algo que parecía ser un botón. Al hundirlo una luz led proveniente de la pantalla del aparato se iluminó. Al darle la vuelta se topó con su peor sorpresa. Era un reloj cronómetro, tenía una cuenta regresiva y estaba por finalizar.

El apremio de la sorpresa desbarató por completo cada uno de los pasos que había instaurado con anterioridad en su mente. Esa cuenta regresiva no podía significar otra cosa que el tiempo aproximado para que el poco aire que aún residía en su tumba se transformara en dióxido de carbono.

Sus nervios se dispararon y todo su intento de racionalizar la situación sucumbió ante un mar de emociones incontrolables. Comenzó a gritar, de nuevo mandó patadas y manotones tratando de derribar la prisión que la separaba de su anhelada libertad. Comenzó a rasguñar lo que debería ser la tapa de la tumba en la que se encontraba. Sus dedos se hicieron añicos, ni siquiera el dolor que le producía cada arañazo lograba detenerla. Tras unos segundos el ambiente se combinó con el olor a sangre que brotaba de las heridas que se estaba produciendo.

El desespero y el terror eran su única compañía, y la imperiosa necesidad de liberarse de su prisión era la única idea que lograba conciliar. Pasaron pocos minutos después de su ataque de pánico para que el cronómetro emitiera su particular sonido a muerte. Sabía que el tiempo se había agotado y era cuestión de segundos para que entrara en shock y perdiera la consciencia. A pesar de ello, su estado y determinación no variaron, siguió manoteando y pateando a la nada. Su prisión no cedería y ese sería su fin.

Lo que más la irritaba era que el dispositivo que cantaba sus últimos instantes de vida no se callaba. Su sonido era tan insistente como la angustia que le generaba su situación. En su último intento por hacer algo que facilitara el escenario en el que se encontraba, antes de caer presa de la inconsciencia, fue intentar apagar ese chirrido infernal.

No lo consiguió, sintió cómo todo se volvía lejano, su encierro, el hedor a tierra y sangre, el dolor, el sonido. Su fin se acercaba, ya nada importaba. No obstante el pitido persistía. En su último intento para acabar con él, mandó su mano hacia dónde provenía el sonido. Este movimiento le hizo caer en la cuenta de que había tenido mucha libertad para extender su brazo, intentó recuperarse y abrir sus ojos. Cuando por fin lo consiguió, se dio cuenta de que se hallaba en su cama, estaba extremadamente sudada y cansada, se fijó a su izquierda y encontró el emisor del sonido que la tenía tan aterrorizada. Era su reloj despertador, marcaba las 6 de la mañana, la hora en que todos los días se levantaba para alistarse para salir hacia su trabajo.

Lo primero que hizo al retomar la calma fue buscar en su mesa de noche la libreta que la acompañaba después de cada una de estas experiencias. Intentó tomar nota de todo lo que había vivido, para en la tarde citarlo cuando tuviera la terapia con su sicólogo.

Fight hard, run fast. Die with a gun in your hands. (I)

Intro

Aún no entiendo por qué todos los runners que comienzan a escribir un relato inician con una frase como “El trabajo era sencillo” o “Nada tenía por qué salir mal”. ¿En realidad hay gente que cree que hay panes comidos en este negocio? Me resistiré a eso. Así que comenzaré de otro modo.

El trabajo era putamente difícil. Era una mierda. El Johnson no entendía que la ciudad había cambiado. Con la General Angela Colloton en la presidencia de los UCAS y con Keneth Brackheaven en la gobernación de Seattle los recursos para seguridad habían aumentado en más del 25%. Y habían comenzado a tener resultados. Hace una semana habían muerto en una balacera en el puerto dos de mis más cercanos conocidos. Trsherker y Bill McCurry.

La propuesta era casi que ridícula. Meterle una bala en medio de las cejas a Billy Marrón. Un matonzuelo de baja monta, sí. No tenía detrás a ninguna Megacorp o a algún sindicato criminal, sí. Pero no era cualquier perico de los palotes, Marrón había ascendido en un solo par de meses gracias a un golpe de suerte que hizo que subiera un par de posiciones en una pandilla pequeña que hace poco dominaba la parte norte de Redmon Barrens.

Pero ese no era el problema. Había sido mi amante hace seis noches y en verdad quería volverlo a ver.

Fight hard

Por supuesto que iba a aceptar. Esa cantidad de nuyens juntos no se ven todos los días. Y con el tiempo había entendido que mi moral podía estirarse más y más sin yo misma entender sus propios límites. Hablé con dos viejos conocidos. Desde hace años que opté por recibir yo los trabajos y luego subcontratar a quien yo necesitara. Así ganaba más dinero y tenía que ahorrarme las discusiones grupales acerca de cómo hacer las cosas. Hablé con Feathered y Halle, prefería la compañía de chicas. Tres chicas. Tres pistolas. Un solo disparo.

Ubicar a Marrón era muy fácil, era sólo comunicarme a su commlink y lo tendría al frente diciéndome alguna guarrada y proponiéndome que nos viéramos en algún antro. Así lo intenté.

-Hey, Marrón. ¿Me recuerdas?

-Uhmm, ¿Sarah?

-No precisamente, imbécil.

-¡Ah! Orchid. Pensé que no te volvería a ver.

-¿Tanta confianza de tienes?

-Si no llamas a Marrón al otro día, es porque algo te sucedió y no lo llamarás. Le dicen síndrome de abstinencia, Orc.

-¿Orc? ¿Es lo mejor que tienes para decirle a una chica?

-Es una forma cariñosa , Orchid.

-Quiero verte Billy.

-Lo sé. Hoy en Trodium, ¿te parece?

-Ok, pero… No, está bien.

-Nueve.

-Hecho.

Había diseñado un plan sencillo. Iría al Trodium con él, tomaríamos un par de copas, el intentaría llevarme a su apartamento, yo aceptaría, y estando allá y teniéndolo desarmado, desprotegido –y posiblemente desnudo- Feathered y Halle llegarían y harían el trabajo sucio. Limpio, sí. Comencé entonces a revisar mi commlink, ¿qué amigos en común teníamos? ¿Esta no sería una manera de ganarme el título nacional de la Peor Perra de la ciudad? Maldición. ¿Qué hacía con Cash? Bueno, podría hablarle, explicarle que negocios son negocios, que no había nada personal. Que Marrón, bueno, Marrón había sido un amante un poco por encima del promedio pero nada por lo que alguien le salvaría el pellejo. Sí. Eso pensé que haría.

Nueve de la noche en Trodium. No entendía como un sitio tan mal arreglado podía estar tan de moda. Corporatas medios muy engalanados, las chicas con lo último en bioescultura, y un tufo a autosuficiencia que invadía todo el lugar. Enciendo mis gafas de realidad aumentada y lo entiendo bien. El sitio tiene una decoración virtual hermosa. Nada del minimalismo enfocado en información de otros sitios del distrito de Auburn, eso era barroco puro. El arquitecto y el programador habían logrado una sincronización tal que ni la decoración física ni la virtual podría disfrutarse igual la una sin la otra. Los vidrios, las luces reales, los TAGs. Entendí que esa era la mejor vista del lugar así que me quedé así. Fui a la barra y pedí mi favorito. –Un Arenas de Oriente, por favor.

Sentí que tocaron mi espalda. –Y uno para mi, Dan. En el taburete del lado se había sentado Billy, y estaba acompañado, de un Orc, y esta vez no era un nombre cariñoso. Era el orco más jodidamente grande que había visto. Si no fuera por los cuernos perfectamente habría pensado que era un troll de esos que se arrastran en el Ork Underground. El orco se sentó a su lado, así que Marrón había quedado en medio. Brindamos con los Arenas y comenzamos a tener una plática tonta y trivial. Política, deportes y clima, la combinación perfecta para atontar a un hombre. ¿Pero para atontar a dos? Llamé a Halle. Los orcos eran su especialidad.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

El Jardín

El jardín central del palacio estaba diseñado de acuerdo a las indicaciones que el maestro constructor Han Fukita había dejado en su diario antes de morir, 1500 años atrás. los árboles de cerezo se alineaban en dos semicírculos concéntricos que al florecer esparcían miles de pétalos por todo el jardín, cubriendo por completo el piso de baldosas talladas individualmente para reflejar las estrellas. Los pétalos formaban entonces un nuevo suelo blanco y puro, el único que la princesa podía pisar, era entonces, al final de la primavera, cuando el jardín se convertía en el centro del universo para ella, pues solo durante 47 minutos de cada año, la hija del emperador, heredera del único representante de Dios sobre la tierra y comandante del viento divino, podía caminar por el jardín en completa soledad.

El ainoko caminó lentamente, tratando de no perturbar la distribución perfecta de los pétalos de flor de cerezo a través del suelo de baldosas. En el extremo opuesto del jardín esperaba la princesa, su kimono la calentaba en medio del frío del palacio campestre, pero aun así su aliento era visible al salir de su cuerpo. Al verla en su extrema palidez y ver su pelo negro que caía libremente sobre los hombros de kimono rompiendo cualquier etiqueta, no pudo evitar sonreír y sentir un poco de ardor en los ojos cuando ella le sonrió de vuelta. Tuvo que esforzarse para no romper el ritual que se habían impuesto tantos años atrás y correr hacia ella, en cambio mantuvo su avance ligero y lento, equilibrando su peso y esforzándose al máximo para no parecer torpe ante sus ojos, mientras ella lo miraban quieta como una estatua desde el otro lado.

Su ritual sagrado se prolongó por otros interminables 5 minutos: cada paso medido, cada gesto calculado, cada pétalo dejado en su espacio, cada ancestro mancillado, cada prohibición rota, todo se acumulaba para ese momento, cuando la princesa suspiraba con la respiración entrecortada y él sudaba en medio del frío inclemente de las montañas, sus manos a punto de tocarse y no separarse por 42 minutos.

El perfume de jazmines de su pelo ahora lo inundaba. Mientras él se perdía en ese mar negro y buscaba su cuello con los labios ella buscaba su espalda bajo las capas de cuero endurecido y madera que cubrían su persona. Cuando sintió sus uñas clavándosele en la piel y escuchó la risa burlona entre suspiros, supo que estaba en casa, a donde llegaba una vez al año y por 40 minutos podía olvidarse del código, de la realidad, de los asesinatos, de los ecos, del brillo de las hojas al cortar la carne, de la sangre. Podía dejar de ser una sombra, dejar de estar solo, bajar las
armas, abrir los puños, y entrelazar sus dedos con los de ella en esa conexión eléctrica que compartían desde la primera vez que se encontraron por azar cuando él era solo un niño esclavo.

En algún momento del ritual, el ainoko dejó de temer, de planear, de odiar y de luchar, y se entregó por completo a la comunión que le proponía la princesa, su propia mente se fundió con la de ella y una vez más como cada año, compartieron todo lo que eran, se fusionaron en un solo ser hecho por completo de electricidad, de claros y oscuros, de llenos y vacíos, y por un tiempo tan corto que no existen medidas para definirlo, sus personas dejaron se existir.

Jake abrió los ojos, aún podía sentir el perfume de jazmín mezclado con el aroma de las flores de Sakura. En la habitación flotaban varias alarmas que se mezclaban con las partículas de polvo que brillaban por todo el bunker. Una vez más había fallado, después de 3 días de intentos, ataques, retrocesos y engaños, al fin lo habían expulsado del nodo y al perder la conciencia había vuelto a casa, al jardín de la princesa, allí hubiera muerto contento, rodeado por la IA a quien amaba sobre todo lo demás, pero ahora se despertaba abrumado por el olor a químicos descompuestos que los purificadores de aire no lograban remover y el zumbido de los procesadores de datos corriendo en simultanea analizando miles de informes, reportes, noticias, foros y demás, buscando un nombre, entre billones de alias, nicks y ID. Lo único que le impedía caer de nuevo sobre el catre a esperar la muerte era el dolor en la cabeza.

mientras se limpiaba la sangre que escurría por su nariz y oídos, una alarma parpadeó en el espacio: Un acierto, un reportero acababa de descubrir las ruinas de un laboratorio en una zona selvática de China, las imágenes despertaron en Jake recuerdos para los que no estaba preparado y las lágrimas corrieron rojizas por sus mejillas.

Se levantó con dificultad y se dirigió al baño calculando la dosis de hypermorfina que necesitaría para ignorar el dolor y continuar mientras el perfume de jazmín se perdía en su memoria.

La guerra os dejo mi vida os doy

El sol golpea en mi rostro, aunque no quiera debo levantarme, deben de ser las 6 de la mañana y el gallo debe de estar por cantar.

Kikiriki, el gallo por fin retruena en el ambiente, todos en el recinto nos miramos con rostros de euforia, esa es la llamada de salida. Rápidamente nos aperchamos de lo necesario para salir. Es hora de que cumplamos con nuestra misión, para lo que fuimos creados. Pocos segundos después estamos a la entrada de nuestro cuartel, en total somos 5.

La primer cuadrilla del día. Debemos avanzar a paso firme, cuando por fin salimos de nuestro territorio un bosque denso nos espera. Debemos atravesarlo, avanzar a paso firme, sin detenernos por ningún motivo. No hay tiempo de otras ocupaciones, tenemos que cumplir con nuestro deber. 

Unos metros después se avecinan las primeras torres vigías, nuestro primer objetivo está por ser alcanzado... llegar con vida a ellas. 

Mientras llegamos a las torres dos superiores se nos unen. La convicción de sus rostros animan, incitan en medio de un futuro casi escrito. Aún así no hay por qué temer. Tenemos unas instrucciones claras. Debemos avanzar, nada ni nadie se debe interponer en nuestro camino. 

Más adelante se alcanza a divisar al enemigo. Ellos son 7 también. Estamos en igualdad de condiciones. Aún así se que nuestros dos superiores desequilibrarán la balanza en algún momento.

Por fin el primer encuentro se da. Me topo con uno de mis enemigos, comienzo a desgarrar sus entrañas con mis manos desnudas. Mientras él se encarniza con un uno de mis compañeros aprovecho para embestirlo. Poco a poco veo como su vida va quedando en cada uno de los zarpazos que le mando. Se ve debilitado y cansado está a punto de desfallecer. Aún así su determinación no desaparece. En ningún momento se divisa duda o angustia en su cara. Conoce su destino y lo acepta. Se parece mucho a nosotros. 

Poco antes de que su vida quedara impregnada en mis manos fallece. No alcanzo a ver quién fue, seguramente alguno de mis compañeros lo hizo. En ese mismo instante me percato de que uno de mis superiores es alcanzado por una saeta enemiga. Mi ser hierve en furia. Las instrucciones han sido muy claras. Nadie los puede tocar, nadie los puede dañar. Olvidando el resto del escenario de batalla vuelco todas mis fuerzas hacia el agresor. No importa nada más. Mi deber es protegerlo. 

Una vez alcanzo a embestirlo intento herirlo lo más que pueda. A pesar de que la batalla no sea entre pares trato causarle el mayor dolor que pueda. Debe comprender la magnitud de su error. El no puede tocar a ninguno de mis superiores. Y debe pagarlo con sangre. 

A pesar de mis firmes intenciones es poco lo alcanzo a hacer, sus aliados han dejado atrás lo que estaban haciendo, ahora soy yo quien recibe todo su odio, una descarga tras otra va minando mi vida, va acabando con lo que soy. Una descarga tras otra me va acercando a mi sino. Aún así no retrocedo, no vacilo, el agresor debe pagar. 

Sé que voy a morir. Pero alcanzo a divisar un rostro conocido. Él mismo que momentos antes me había llenado de ánimos. Sé que viene a ayudarme, sé que me va a tender la mano. Espero que cuando alcance esta batalla no sea tarde para mí.

Estoy muy herido, por donde me veo hay magulladuras y agujeros por los que mana mi sangre. Por fin llega mi aliado, se acerca a paso acelerado, su convicción me vuelve a llenar, me da alientos para continuar en la batalla.

Pero qué pasa, cuando desenvaina su espada decide asestar un golpe sobre í. ¿Por qué lo ha hecho? No entiendo que ocurre. Caigo al suelo, lo que restaba de mis energías termina por diluirse en el charco de sangre que brota de mí. Poco a poco cierro los ojos, mientras veo cómo mi superior hace lo mismo con mis otros dos compañeros que aún estaban en pie. 

¿Será que nos ha traicionado?



Trilogía de la nostalgia (II). De lo que no sucedió.

2. f. Tristeza melancólica originada por el recuerdo de una dicha perdida.


Él gusta de realizar ejercicios metafísicos.

Esos dos días pasaron volando. Habían dejado la ciudad atrás y estaban a las afueras en uno de esos lugares donde un buen sector de la fauna juvenil bogotana gastaba sus fines de semana escalando, haciendo ejercicio, drogándose, pescando, tirando y comiendo. La cabaña era apacible, una guía gringa de Lonely Planet era marca clara que no estaban solos y seguramente habían extranjeros con ellos. El cuarto, pequeño pero cómodo. El clima, un frío leve casi perfecto.

Él no podría asegurar si alguna vez vio a los otros habitantes o si en realidad estaban cómodos ahí. Recuerda que llevaron cosas para cocinar para no tener mucho en qué gastar. Salían a hacer caminatas y montar a caballo. Una de las cosas que más disfrutaba de hacer con ella, era comer. Comieron un pescado enorme esa vez. Al menos así lo recuerda él, el pescado más grande y sabroso que ha probado jamás. Pero no ahonda mucho en esos detalles porque todo ese recorrido por esos dos días tiene sólo un fin.

Ahora que él trata de dibujar los planos en ese pliego que acaba de extender, no sabe cómo comenzar. Tampoco sabe qué es lo más relevante. Él representa con una línea recta horizontal la sumatoria de todos los hechos del universo que han llevado a que su presente sea el que es. Luego, ubica un punto en el que un suceso, cualquiera sin importar su tamaño, hace una diferencia creando un punto de quiebre, una bifurcación. Un camino era el que había tomado el mundo que conocía y el otro camino el que habría tomado si aquel hecho hubiera sido distinto. Un mundo que no era el suyo, pero perfectamente posible. Y al verlo ahí representado por esa línea no le quedaba duda de que de alguna manera existía.

Así que había múltiples mundos posibles, millones de ellos. Unos tan cercanos al nuestro como aquel en el que la moneda lanzada por el árbitro del partido de fútbol que se juega al otro lado del mundo, cayó cruz y no cara. Pero otros tan lejanos como ese en el que un suceso geológico estocástico produjo que la división de Pangea fuera distinta. Sin embargo, él no podría tomar en cuenta cada ramificación posible. Esa maraña de árboles de posibilidad con su infinitud dendrítica sólo podrían existir y ser comprendidos por una mente divina y él, ¡qué más quisiera!, no la posee.

Así que podaba todo aquel bosque y se quedaba con la rama que más le interesaba. La rama de su mundo actual, aquella en la que ella no estaba. Y luego de dibujarla iniciaba el movimiento hacia atrás, haciendo un recorrido por cada decisión tomada, por cada cosa dicha, por cada silencio largo, por cada comentario suelto, por cada discusión. Helo allí, extendiendo planos y planos sobre los cuales dibuja líneas laberínticas en las que él mismo se extravía. Sin embargo, cuando él intenta recordar tiene problemas. No sabe bien cuál fue el punto exacto donde comenzó a transitar el camino del no-retorno. Cuándo tomó la senda que lo arrojaría al mundo posible en dónde no sucedió lo que en un momento pensaba que era lo único realmente importante.

¿Quizás fue el día que se conocieron? El par de llamadas, la salida nocturna, un plan que no salió, otro que salió de la nada, las copas al aire libre y dos horas después la tenía al frente. ¿Tal vez el último día que se vieron? El adiós rápido en el aeropuerto, la última comida en el restaurante aquella media hora antes que saliera el vuelo, el beso rápido de despedida. Los ojos aguados. Un te amo dicho al oído. ¿El “nos vemos pronto” que nunca se realizaría?

No cree que haya sido alguno de esos extremos. Por eso regresa a Suesca. La cerveza, el aguardiente, el desenfado, el no tener nada que perder. Cuando la rencilla de poderes aún no había comenzado. Cuando nada se daba por sentado. Al otro día se separarían otra vez, esa sensación que tan bien conocerán, el desgarro sumado al afán de hacer algo. Y ahí, en el campo, tan lejos de cualquier cosa, ella y él llegaron al acuerdo de ir detrás del otro. En cuarenta segundos planearon tres años. He ahí, dónde tiene que ubicarse el punto de quiebre. Sólo con pronunciarlo se abrieron las millones de posibilidades e inevitablemente al menos una sumatoria de ellas dio como resultado el mundo posible donde están juntos. He ahí el punto donde se configura la pérdida.

Lo lamentable, es que aunque él se esfuerce en hacer ese seguimiento y dibujar esos árboles de decisiones, bien podría resultar que el hecho decisivo no fuera ninguno de los que él puede considerar como tales. Bien pudo ser un hecho que acaeció lejos, tal vez que sólo impactó la cotidianidad de ella mucho tiempo después, quizás una conversación, una mirada, un trago con alguien. Lo endiabladamente complicado del asunto es que incluso cabe la posibilidad, de que el hecho cero haya ocurrido lejos, lejos de los dos. Un evento aleatorio o una decisión tomada por alguien hace mucho tiempo pudo haber desencadenado una serie de acontecimientos cuya última, o al menos más importante, ficha de dominó sea el objeto de su pesquisa.

¿Cómo entonces decirle qué suceso lamentar? Cómo extraer una lección provechosa de toda esa historia si no tiene claridad acerca de qué fue lo que salió mal. Y si no puede ni sacar una lección, ¿qué debe hacer? Así que se pregunta: ¿Es genuina la nostalgia de quien echa de menos lo que nunca tuvo y de quien siente como perdida una dicha que nunca llegó? Dándole un vistazo a los planos que ahora tapizan su mente tiene una respuesta que ofrecer. Tal dicha sí existe, él mismo la tiene entre los dedos en millones de mundos posibles. Así que la pérdida que él sufre, no es una pérdida temporal. No la tuvo y luego la perdió. Es una perdida metafísica, la tuvo en potencia pero no en acto.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Lágrimas de barro

El primero fue Ricardo, siempre el más decidido. Tomó la pequeña pastilla del centro de la mesa donde descansaba en un plato dorado y rápidamente la puso en su boca, después tomó un largo trago de aguardiente con los ojos apretados. Todos los demás mirábamos entre expectantes y nerviosos, él puso la botella de nuevo en el centro de la mesa con un golpe y se recostó pesadamente sobre el mueble.

Marco fue el siguiente, lentamente extendió la mano y buscó con los dedos entre el montón la que él consideraba era la más pequeña, la acercó y la puso en su boca con cuidado, casi como recibiendo una hostia, entonces tomó un vaso de agua con ambas manos y lo bebió todo con angustia, en tragos largos y sonoros que por un instante lograron callar la música que sonaba desde un computador portátil.

John y Luis se conocían desde hacía más tiempo, ambos extendieron la mano y tomaron las pastillas con sonrisas llena de miedo, cuando trataron de tomar la botella de aguardiente al mismo tiempo, rieron rompiendo la tensión que pesaba sobre la habitación como un edificio.

Yo fui el último, siempre el más cobarde. Esperaba de alguna forma poder salvarme de todo el asunto demorando mi turno hasta que en los demás hubiera surtido efecto y no notaran mi arrepentimiento. Pero ¿cómo hacerlo? Esta había sido mi idea, yo reuní el dinero, yo preparé la mesa, compré el alcohol, serví el agua, puse las pepas en un plato dorado que pretendía tener algún significado, y si no había sido yo quien las compró, fue únicamente porque no tenía idea dónde hacerlo, Ricardo las había conseguido con un amigo suyo a quien yo solo conocía como El Topo .

El pequeño rombo se movía en mi mano, me tomó un momento darme cuenta que era porque todo mi brazo temblaba incontrolablemente. En esos segundos mientras la acercaba a mi boca y apretaba con fuerza la botella de aguardiente con la otra mano, por mi cabeza pasaron miles de escenarios, algunos llenos de humor y otros llenos de miedo

La pastilla era ácida y el aguardiente no ayudó a mejorar su sabor, tome tragos largos esperando de alguna forma mágica evitar cualquier mal augurio, hasta que mi garganta ardió y pude sentir el líquido pesado y caliente en la boca del estómago, tuve que forzarme a abrir los ojos después de un minuto y forzarme aun más a dejar de mirar el techo.

Por un segundo traté en vano de enfocar la mirada pero mis ojos habían escogido ese momento para dejar de funcionar, así que por un momento no supe lo que sucedía, los sonidos que llegaban a mis oídos eran extraños y apagados y las siluetas de mis amigos eran como interferencia en un canal de T.V

Sentía los brazos pesados, en lo que me pareció una eternidad me quité las gafas y con los dedos masajeé mis ojos. Al abrirlos de nuevo sentí un salto en el pecho...

Ricardo se retorcía en el suelo, en medio de un charco de orines y saliva, sus dedos sangraban un poco pues se había roto las uñas tratando de arañar el piso por dolor o desesperación, los demás lo miraban asombrados, con los ojos húmedos pues sabían como yo lo que nos esperaba a todos.

John empezó a meterse los dedos a la boca desesperado mientras Marcos caía de rodillas y le rezaba entre sollozos a un dios que hasta ese día se había ufanado de despreciar. Luis se me acercó desesperado gritando algo que yo no entendía mientras el ardor en mi estómago crecía y se expandía por todo mi cuerpo, cuando llegó a mi cara sentí como derritió mis párpados que cayeron en pesadas lágrimas de barro y vi como los colores empezaron a cambiar. Ricardo dejó de moverse justo cuando la sala se convertía en una melodía de pánico azul celeste. Algo me sujetaba por los brazos y movía mi cuerpo violentamente, una mancha negra con vetas rojas y amarillas me gritaba desesperada con la voz de Luis mientras el sonido que era Ricardo se quedaba mudo para siempre, expandiéndose y diluyéndose entre todo lo demás.

Mi propio cuerpo iba perdiendo los límites, mezclándose con los gritos de Luis y el sabor salado de las lágrimas de Marcos, en mi centro ardía un bosque de Eucaliptos que olían a orina y a sudor.

Yo, que ahora era una columna de humo, me elevaba hasta un cielo arcoiris al ritmo de un tambor en plena carrera que retumbaba en mis oídos como el azul entre la vainilla.

Cuando desperté tenía una bata verde claro y miraba el techo en un cuarto que no reconocía, las luces de neón hacían un sonido constante que no me dejaba pensar, en algún momento, noté que mi respiración era cortada por sollozos y en mi garganta se atoraba el sabor salado de la saliva, mientras por mi rostro rodaban lágrimas de barro que me hacían arder los ojos.

7 minutos

En 7 minutos pueden pasar muchas cosas. 

7 minutos fue lo que yo tardé en dar mi primer beso. Eran las 3:53 de la tarde, la campana del colegio estaba a punto de chillar y alertarnos de que ya podíamos irnos a descansar a nuestras casas. Sofi y yo nos habíamos fugado de la clase de sistemas y estábamos en el parque de atrás, donde casi nadie pasaba a esa hora. Mientras yo acariciaba sus delicadas manos, ella me miraba con ojos vidriosos, queriéndome decir, tan solo, con esa mirada que era el momento adecuado. Estaba lista para dar su primer beso, al igual que yo. Tardé siete minutos exactos en tomar valor y cumplir con mi deber, ese deber que tenemos todos cuando vamos a dar nuestro primer beso. Superar los miedos y las expectativas. Salivé mis labios y sin más, cuando justo sonaba la campana, me disparé hacia su boca. Era jugosa y sabía  fresa, creo que era por el brillo que usaba. Fue una experiencia inolvidable.

7 minutos fue lo que duró mi primera intervención quirúrgica como médico graduado. Cuando me fijé en el reloj de la blanca pared eran las  2: 39 de la madrugada. Tenía que rajar el estómago bajo de la señora Samorano. Su páncreas estaba a punto de estallar y el médico en jefe, mi superior, me dijo que tan solo contaba con un par de minutos para realizar la operación. Era la primera vez que tenía a mi cargo realizar una intervención, totalmente solo a un paciente. Nunca imaginé que podría sentir tanto miedo, tomar con mis manos el bisturí, llevarlo hacia el abdomen de la señora Samorano y comenzar a rajarlo para abrirme espacio entre sus vísceras y raptar unos de sus órganos, no resultó como lo esperaba. La sangre manaba y manaba. Las miradas de los enfermeros y la anestesista me intimidaban, me hacían sentir como un inexperto, como si nunca en mi vida hubiese realizado esta intervención. Después de escarbar un poco, sostener los tejidos con las pinzas de Babcock y dejarme guiar por el instrumental laparoscópico, y claro sudar frío, pude dar con el órgano malsano, realizar un par de cortes y extraerlo de su cavidad, cuando ya estaba terminando de hacer las suturas habían pasado 7 minutos, eran las 2:46 de la madrugada, había realizado mi primer intervención como médico titular y había salvado una vida. Todo en 7 minutos.

7 minutos tardó Johanna en darme la noticia más emocionante de mi vida. Me dejó un mensaje de voz en el celular citándome a las 7:00 de la noche en nuestra casa. Me preparó un exquisita cena. Sus ojos narraban un noticia que sus boca aún no era capaz de expresar. En un primer instante me sentí confundido. No entendía muy bien sus señales. Su emoción y dicha resultaban ininteligibles para mi. Cuando por fin se resolvió a contarme, usó nada más que un gesto. Llevó su mano a su vientre y comenzó a sobarlo como lo hacen las mujeres embarazadas cuando su estómago se ha pronunciado a raíz de su estado. Nunca pensé que esa noticia podría llenarme de tanta felicidad. El reloj marcaba las 7:07 cuando por fin comprendía su intrincado mensaje. A esa hora supe que había engendrado una vida. 7 minutos después de haber llegado a casa, como casi todos los días, iba a ser padre.

Una tarde a las 5:11 comenzaron mis últimos 7 minutos. 7 minutos que tardó mi corazón en dejar de latir, después de que la afilada hoja del cuchillo de un ladronzuelo abandonara mi cuerpo. 7 minutos tardó mi organismo en llorar a rojizos cántaros el resto de vida que me quedaba por la herida que tenía en mi pecho. 7 minutos que tardó mi cerebro en llevarme de un recuerdo a otro. 

Son los 5:18 y estos fueron mis últimos 7 minutos.

Trilogía de la nostalgia (I). Del pasado.


2. f. Tristeza melancólica originada por el recuerdo de una dicha perdida.


Cuando él intenta recordar tiene problemas.

Esa tarde salió a caminar. Se puso una chamarra gruesa, en diciembre los frentes fríos bajaban y alcanzaban a lamer a los defeños. Le sugirió que usara una también, la idea de tener que quitarse la suya en un rato para ofrecérsela no le parecía muy buena. Ella se la puso. Se veía hermosa. La ropa clara contrastaba con su piel oscura. Era una de esas que tiene capucha, cuando se la ponía y sólo sobresalía su naricita respingada y un mechón de pelo en la frente, él no podía evitar sonreír y sentirse el tipo más afortunado del mundo.

Bajaron del quinto piso, el departamento quedaba en una loma, un lugar tan empinado que el agua subía gracias a un dispositivo eléctrico. Desde ahí, hasta la caseta de la entrada se hacían unos diez minutos. Eran las siete y aún era claro. Venteaba calmadamente, pero la temperatura bajaba cada vez. Cruzaron la calle y empezaron a subir de nuevo. Atrás dejaban la avenida principal, una mole de concreto de veintinueve kilometros de largo que atravesaba la ciudad de norte a sur. Dejaban el bullicio del Metrobus pitando al llegar a la estación, dejaban las luces del McDonalds y de la Hummer estacionada en el Starbucks.

Y subían, subían a ese México que siempre fue más especial. El México colorido de las calles vacías, los perros callejeros babeantes, las tiendas de barrio abarrotadas de productos que te impiden moverte, el par de señores que siempre estaban afuera sentados en sillas de madera y un banquito donde ponían su sonda de orina. La lavandería, la esquina de los tamales, los tacos de guisado, el cementerio. Dejaban atrás el panteón y emprendían el camino hacia el centro. Las casas pequeñas y mal construidas ahora daban paso a las grandes casonas. Vírgenes pegadas en los marcos de las puertas, la Santa Muerte sobre otra, los grandes anticuarios.

Antes de llegar, se toparon con los hombres y mujeres que salían a botar el agua residual de la limpieza que hacían en el mercado, toda una manzana de comerciantes de carnes, verduras, ropa, juguetes, discos compactos, dvd y cualquier otra cosa a la que se le pudiera poner precio. Pararon a comprar una nieve de frutas antes de llegar. En ese punto ya las calles estaban decoradas, los breves destellos rojos, verdes, azules y amarillos que daban las serpentinas con la poca iluminación nocturna les entretenían mientras tanto.

El centro no estaba tan lleno. El Palacio Delegacional era particularmente bonito, toda la fachada era un largo mural que representaba la historia de Tlalpan desde su pasado Cuicuilca hasta la construcción de edificios recientes. Frente al Palacio estaba el parque, en el centro una rotonda elevada usada en el pasado como espacio de galanteo y de divertimentos musicales. Salpicadas por aquí y por allá unas bancas de hierro los esperaban. A su derecha, y separados por un vasto espacio verde, había una gran iglesia, unos niños jugaban con una piñata, sólo escuchaban su lejano murmullo.

Ahí sentados, él le tomó la mano por primera vez desde que salieron de su departamento. Sus manos eran significativamente más pequeñas y cálidas. Sentirlas entre las suyas le daba esa sensación de paz y tranquilidad que tanto vinculaba a ella y que no recordaba sentir antes. Le miró a los ojos y ejecutó el único ritual que se permite ejecutar de vez en cuando, en situaciones límite. Juntó las puntas de sus dedo pulgar, índice y corazón y las rozó dando vueltas. Ese simple ejercicio mnemotécnico buscaba impedir lo que él sabía que pasa siempre. El momento pasaría volando y su recuerdo, por más vivo que fuere, no le haría justicia. Sabía que cuando recordamos somos más agentes creativos que espectadores pasivos. No muchos son concientes del delicioso favor que hace la memoria. Recordar es construir, y no queremos construir malos recuerdos. Queremos los mejores posibles. Entonces, ¿por qué lamentar su imprecisión y no regocijarnos en aquello que nos garantiza una buena mirada hacia atrás? La respuesta es simple, ¿de qué sirve una foto de un paisaje hermoso si su resolución es muy baja?

¿Qué le garantiza que esa caminata sucedió una tarde y no una noche? ¿Qué que la chamarra de la chica era blanca y no negra? ¿Y si no fue en navidad? El pasado no está allí, intacto e inamovible, disponible como un libro bien escrito para ser consultado cuando queramos. Sin embargo está ahí, como una colección de manchas de humedad a las que le damos forma dependiendo de cómo nos sentimos, del mood en el que estemos.

Ahora, para él, sólo hay ciertas imágenes dispersas, un cúmulo de recuerdos que tiene asociados a unos relatos que él mismo se ha contado, les ha contado y contará cada vez con ligeros cambios. Relatos en los que vincula ciertas narraciones a unas emociones.

Sin embargo, a él no le interesan esos detalles dramáticos y teatrales. No le interesa la imagen en cámara aérea de esa pareja sentada en una banca bajo los árboles mientras los niños vendados intentan golpear la piñata. No le interesa la palabrería acerca del hogar que sentía en su mirada.

Sólo le gustaría estar ahí otra vez. Porque recordar no es suficiente.

jueves, 10 de noviembre de 2011

El principio del fin

¿Que sentido tiene el estar encerrado, bajo llave, con un papel en las manos y dispuesto a escribir tus últimas memorias, si no tienes la seguridad de que alguien las lea? El mundo parece vengarse con todo aquel que ponga en duda su existencia, la realidad da duros golpes a aquellos que intenten burlarla. Algunos dirán que la vida me noqueó, (que extraña se ve escrita esta palabra). Mejor, me dio un knockout. Pero yo me pararía frente a ellos y les gritaría que aquel que renuncia a su vida tiene mas valor que todos aquellos que caminan afuera mientras llueve desesperación y frustración a cantaros.

Si me encerré fue con un fin. Escribir, escribir y escribir, tal vez dormir un día que otro. No he entrado comida ni bebida, así que mi tiempo es limitado, dentro de tres días al menos estaré tan deshidratado que no tendré fuerzas ni para sentarme en esta butaca, ni para tomar la hoja de papel. Está oscuro, pero me niego a prender la luz; ¿para que?, que quiero ver aquí adentro si no hay absolutamente nada; no hay cama, no hay mesas, no hay adornos, no hay fotografías, no hay nada que sea mío. Solo estoy yo y mi butaca, yo y mi lápiz, yo y mi papel.

¿Por donde comenzarías si quisieras relatar tu historia? No cualquiera, sino la tuya. Aquella historia que te ha hecho ser lo que eres, esa que comenzó cuando saliste del vientre de tu madre y que se actualiza mientras lees estas líneas. ¿Por dónde comenzarías?

Hay un capítulo vagando en mis recuerdos, no sé si sea el primero, pero seguro esta ahí por algo. Un niño es una tablilla de fresca arcilla que queda marcada con liviana presión. No sé que edad tengo, estoy nadando, sólo. Mi pantaloneta de baño es verde, con algunos adornos amarillos parece. Tengo unos flotadores alrededor de los sobacos que me ayudan a sostenerme. Abajo se ve hondo. Pataleo, braceo y chapoleo también, no me muevo para ningún lado. Sólo intenciones, ¿allí me he quedado siempre?, sólo deseos sin consecución. Una tenue sensación de incapacidad ¿inutilidad? Comienza a abrazarme. No tengo nadas mas que hacer que echarme a llorar. Luego llega mamá con uno de sus abrazos.

Patrañas. Qué tiene que ver aquel indefenso impúber conmigo. ¿Es que guardamos algo en común? Miedos, angustias, deseos. No lo creo. Ya no busco ir a ninguna orilla, me he dejado hundir a la deriva, he renunciado a patalear, y mis lágrimas son palabras. No soy él, no soy quien fui. Desde hoy soy alguien nuevo. ¿Para que entonces escribir mí historia? Es una buena pregunta que ahora, acostado en el piso y con una de mis piernas sobre la butaca he resuelto. No escribiré MI historia, sino la de AQUEL que fui. No serán memorias, será un homenaje póstumo para aquel que me trajo aquí, Mi Reino.

Me ha tomado un poco acostumbrarme a escribir sin luz, pero no es tan difícil, es solo acomodar el papel sobre la butaca y sentarme abajo, esa parece ser la posición más cómoda hasta ahora. He trascrito de la mejor manera que he podido el episodio de mi tierna infancia. He terminado y me he acostado otro rato sobre el piso. Esta frío, pero es un frío que me gusta. Miro el techo buscando algo que no encuentro.

Si estas en un cuarto oscuro, sin luz, ¿para que tener los ojos abiertos? Voy a intentar mantenerlos cerrados. Adiós mundo cruel, será la última vez que te vea. He ido a tocar las paredes, a saborear las delicias del tacto, es una pared corrugada, seca, un poco arenosa. Quizá pueda hacer un hueco si hurgo insistentemente con mi uña. Ya está. Mi primera creación finalizada desde que entré, tiene el tamaño de un guijarro. Quizá quepa la punta de mi lengua. Mejor no intentarlo. Dormiré.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Entre la ficción

Verdaderamente todo empezó un día en que me encontré con tres libros los cuales, hasta ese momento, no tenía muy claro su valor.  

Resulta que estaba en boga de todo el mundo el estreno del señor de los anillos, y en la biblioteca familiar habían tres libros de portada negra a los que yo nunca les había prestado atención, sin embargo me di cuenta que sus nombres coincidían con el nombre de la película que estrenaban. En medio de todo se me ocurrió llevarlos al colegio, donde uno de mis mejores amigos me señaló el valor que tenían (un valor en contexto literal). 

Creo que fue en ese momento entre hobbits, elfos, orcos y la lucha maniquea entre Gandalf y Saurón que le tomé pasión a la lectura. Hasta entonces no había tenido más que circunavegaciones obligadas por los estándares de lectura escolar. Y para ser sincero no era que lo disfrutara de a mucho, abrir un libro y tener que rodearme de palabras y frases que se perdían en su sentido me logró distanciar por varios años del verdadero placer de leer. 

Recuerdo que tuve entre mis manos "Las dos Torres" lo devoré en cuestión de 1 día y medio, proeza que hasta ese momento no había realizado nunca. Los infortunios que tuvo que superar la comunidad del anillo y la triunfal reaparición de Gandalf como el nuevo mago blanco, hicieron que me desbordara de placer y regocijo.  Ahí me percaté que eso de tomar un libro, abrirlo y perderse en medio de su narración podía superar muchos otros hobbies que había saboreado antes. 

Más adelante llegaron otros títulos, algunos influenciados por la gente que me rodeaba, otros que escogía por gusto. Entre tanto cuando cursaba el grado 11 me recomendaron leerme "El péndulo de Focault" de Umberto Eco. El reto intelectual que significó ese libro fue inmenso, a tal tamaño que hubo pasajes que realmente no entendí, pero era gratificante cuando cuando lograba hilvanar algunas cosas y conseguía escupir una que otra palabra para dar cuenta del texto. 

En el ir y venir de libros llegó a mis manos la trilogía del "Éxodo de los gnomos" de Terry Pratchet, la cual pudo cautivarme de tal manera, que aún recuerdo con mucha nostalgia las peripecias que tuvieron que pasar sus pequeños protagonistas para poder restablecer su hogar.

Así fueron llegando muchos otros títulos, los cuentos de Isaac Asimov, su trilogía "Fundación", autores como Phillip Dick, que con el "Hombre en el Castillo" me permitió imaginar un mundo en el que la Alemania Nazi venció en la Segunda Guerra Mundial, entre otros.

En este punto de mi vida la literatura fantástica y la de ciencia ficción habían conseguido hacer mella, mi mundo giraba entorno a esas obras que lograban llevar mi imaginación a lugares desconocidos y que gracias a sus escritores podía darles vida.

Todo esto, con honestidad, tuvo su estrecha relación con otro mundo paralelo a la lectura, el cual me encausaba directamente hacia el placer de leer. Aquí encontraron cabida los juegos de rol, los que dieron posibilidad a que esas anécdotas nacidas de la ficción se pudieran traducir en mundos más cercanos y construidos a partir de todo lo que había conocido en libros.

Lo uno me llevaba a lo otro y así ambas pasiones se casaron en un relación parasitaria, la cual exigía una de la otra para poder satisfacer  mis necesidades.

Fue en medio de estos momentos que apareció una nueva perspectiva del mundo, un mundo que podía ser mio a partir de lo que leía e imaginaba, un mundo en el que los más retorcido seres cobraban vida y pensamiento, un mundo único, un mundo que se lo debo enteramente a la lectura.




El karma y las consecuencias

Cuando de niño me hablaron de las consecuencias de mis actos: La idea del castigo divino que caía sobre todo el mundo por las malas acciones y hasta los malos pensamientos y que llegaba tan inevitablemente como el amanecer se fijó mi mente que en ese momento tenía una firme estructura católica de clase media colombiana, de modo que por los siguientes 15 años me cuidé de ser un hombre correcto en público y en privado y cuando no pudiera, me cuidé de arrepentirme con vehemencia de los comportamientos que mi voluntad no lograda evitar, manteniendo así (o al menos eso esperaba yo) un alma lista para entrar al cielo como por un tubo, donde me encontraría con todas las actrices que admiraba, (sé que estoy usando el término “admirar” de forma muy ligera, teniendo en cuenta que admirar sería una del las cosas que esperaba hacer menos) que me consentirían por los siglos de los siglos amén (por este pensamiento pedí perdón muchas veces).


Muchos años después y tras haber renunciado por completo a las creencias religiosas de mis padres, una nueva idea sustituyó la del buen católico de la biblia, la idea un poco más jipi de que todo lo que haces en esta vida se te cobrará en algún punto del futuro, o sea del karma, que en la universidad pública, rodeado de gente que escuchaba a Silvio Rodríguez y fuma mariguana, no sonaba nada mal, de modo que ahora ser buena persona no me aseguraba una orgipiñata eterna rodeado de las diablas de la TV colombiana (las de Tentaciones y las otras menos evidentes, pero sobre todo las de Tentaciones, -mi post sobre la relación directa que tienen las tetas de Rosmery Bohórquez y el callo de mi mano derecha quedará para otro día-) sino que me aseguraba que simplemente no me iba a pasar nada malo, todo sería bueno en mi vida ya bastante buena, esta solución me pareció en su momento, muco más práctica, permitiéndome a veces pequeños actos de maldad que podría después borrar de mi historial kármico, con acciones altruistas, llegando a veces a simplemente a comprar tal perdón con limosna a algún mendigo especialmente miserable o malencarado, después de todo, el karma no se fija en a quién tratas bien sino en cuántas veces debes hacerlo.

Esta etapa de moralidad New Age me duró más o menos el mismo tiempo que fui estudiante de la Univalle, mas no fue debido a mi salida por la puerta trasera de tan prestigiosa (y maltratada) institución que dejé de creer en el karma, "caída de gracia" empezó con una serie de sucesos particulares que recuerdo con gran claridad, sucesos que narraré a continuación con los detalles que la memoria me permita (o hasta que complete 600
palabras).


El primer acontecimiento que empezó a minar mi creencia en la justicia que equilibra todas las cosas fue encontrarme a cierto “poeta” reconocido por hacer “haikus” que entregaba a los peatones de la universidad a cambio de dinero, quien además era famoso por agredir a quien no le daba lo que su genio artístico reclamaba, almorzando tremendo sándwich de 3 carnes y ensalada de piña en El Éxito de Unicentro, este acontecimiento me asombró por 2 razones: la primera fue que no sabía que a El Éxito dejaran entrar gente que oliera tan feo y la segunda fue descubrir con horror que este asqueroso mendigo que repartía fotocopias en Univalle tenía un mejor Sándwich que yo.


El segundo acontecimiento sucedió un día en el que convencí a un compañero de clase de robar un rapidógrafo que él necesitaba en la papelería de la 14, después de mucho dar vueltas, el buen hombre al fin tuvo el valor de echárselo al bolsillo, después de lo cual, ambos salimos apresuradamente, solo para ser capturados a unos pasos de la salida. En el segundo piso del almacén, bajo la mirada acusadora del hombre de seguridad y el anciano gerente, mi amigo, un hombre honrado que estudiaba en Univalle patrocinado por su familia que lo mantenía desde Buga, lloraba de la pena y la vergüenza ante las amenazas del gerente, que a cada instante nos aseguraba que nos iba a entregar a la policía, mientras yo, el culpable de todo, tranquilamente sonreía, pues mi condición de menor de edad (sí, fue hace mucho, había Papelería de La 14 en Unicentro y yo era menor de edad) me aseguraban una salida fácil de la situación. Finalmente el gerente conmovido por las lágrimas de mi compañero decidió dejarnos ir. Este hecho me causó sospechas especialmente porque durante algún tiempo después, esperé con miedo el latigazo del destino, que me golpearía con un atraco a mano armada, una atropellada o algo peor... para mi sorpresa y satisfacción, no pasó nada de eso no paso nada de eso.

El tercer incidente involucra a una pareja que llora en una capilla completamente vacía, la luz de la tarde se cuela por las enredaderas que dan un poco de privacidad, la retahíla del sacerdote se ve a veces interrumpida cuando a la mujer se le escapa un sollozo más fuerte que los demás, con paciencia y entendiendo la situación, el cura reinicia su lectura en voz alta, frente a él, descansa un pequeño ataúd con encajes blancos, el hombre abraza a la mujer ambos con las cabezas inclinadas, a ambos se les nota el movimiento de los hombros al llorar. La escena no habría podido ser más dramática y conmovedora...para otras personas, para mí y mi compañero de ocasión, era la oportunidad perfecta parae matar (perdonen la expresión) el tedio que causaba la cremación del padre de un amigo en común, con chistes de muy mal gusto, aunque bastante graciosos.

nuevamente esperé el golpe contundente del destino, sumado a los restos de mi miedo a Dios, esperaba quedar cuadrapléjico, tener que cagarme en los pantalones el resto de la vida sin poder siquiera pichar, convertirme debido a mi atrevimiento y afrenta contra todo lo decente y cristiano en un ser más mueble que persona, eso en el mejor de los casos pero de nuevo no pasó nada.

Ahora solo uso el karma para repetir tiradas de dados en un juego particularmente entretenido y mi educación como cristiano para burlarme con maña de los que creen en cosas como esas.


Y todo va perfecto

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Aislados (Parte II)


Prim, prim, prim. Es el pitido que hace el bb cuando quiere que su dueño lo atienda. Es el sonido que en los viajes del MIO ha reemplazado al de la película “Psicosis”. Todos los portadores de un bb se angustian y una mueca de desespero se comienza a dibujar en sus rostros. El deseo por responder el mensaje que acaba de llegar es más fuerte que la inmediata realidad: un bus atestado de gente en el que si logras medio mover un músculo fue por pura suerte.

Prim, Prim, Prim. Se repite y repite el sonidito, el hacinamiento en el bus no cesa y la angustia incrementa, el aparato, desesperadamente llama la atención de su dueño, pero este no puede responderlo. No alcanza a llevar su mano a su bolsillo o bolso para sacarlo y manipularlo.

Prim, Prim, Prim. Al fin logra sacarlo de donde fuese que lo llevaba, torpemente y a pisotones escribe cualquier mensaje para cumplir con su deber social. El rostro se distensiona, los músculos vuelven a la normalidad y la mueca de angustia desaparece, siendo suplantada por una de placer casi sexual.
Prim, Prim, Prim, la secuencia se repite…

Esta es una típica escena que se ve da a cualquier hora en los buses del MIO, lo que me lleva a pensar en una cosa: ¡La gente sí que vive muy sola! Se vuelve enfermizo que a pesar de lo rodeado que va uno en un aparato de estos no sea suficiente para satisfacer la necesidad de las personas de sentirse acompañadas.
Recuerdo cuando aún no habían ni bbs, ni smartfones, ni nada de eso en los viajes del bus, había tiempo para todo, se podía pensar en muchas cosas, se podía charlar con él o la de al lado, se podía imaginar distintos escenarios con él o la de enfrente, ni que hablar de esa miradita cómplice con la cual se podía creer que había química, incluso podías creer que la chica con la que ibas compartiendo el puesto te iba a recibir un barrilete y a cambio te iba a dar su teléfono o hasta su “flor”…  

El bb y estas nuevas tecnologías le han entregado una excelente herramienta de comunicación a la gente, sin embargo, la dependencia que crean con estos aparatos puede llevar al asco a aquellos que aún no lo manejamos. 

Los tiempos en que la intimidad, el ensimismamiento o simplemente ese momento que teníamos para nosotros mismos, fue reemplazado por estas nuevas formas de comunicación que nos mantienen en constante contacto con el mundo y que incluso nos logran alienar de nosotros mismos. El yo con yo ya ha pasado de moda,  ya no sirven ese par de segundos que tenemos en algunas ocasiones del día para pensar qué hemos hechos, qué queremos hacer, o en fin cualquier bobada que se nos venga a la cabeza, porque las personas le temen, literalmente, a esta situación.

Se han olvidado cómo abordar a quiénes van en  el bus, las palabras faltan, las miradas ya intimidan, el único resguardo es mirar con el rabillo del ojo todo el tiempo la pantalla, si es que se puede, o anhelar que pite el aparato para tener algo que hacer y poder evitar a los demás.

La gente ya no se concibe estando desconectados por un segundo del facebook, del twitter, de su pin de BB, o cualquiera de esas chimbadas de redes sociales.

Esto ocurre porque la gente ha olvidado el cómo se reflexiona, el cómo puede convivir con su propio “yo” sin estar esperando la atención o aprobación del otro desde cualquiera de estos medios virtuales. Incluso han olvidado cómo vivir con el sujeto real que está al lado.

martes, 1 de noviembre de 2011

La Muerte y los muertos

Mincho había muerto, la sangre aún manaba del cuerpo como una manguera que alguien deja abierta, el líquido era espeso, tibio y negro, como el petróleo, inundándolo todo, manchándolo todo y llenando toda la habitación con ese olor a muerte que nunca se te quita de encima.

el llanto no la dejaba respirar y su cuerpo temblaba tan bruscamente que por momentos parecía tener voluntad propia. La sangre se acercaba lentamente, buscándola a ciegas en la habitación oscura. Ella retrocedió hasta que sintió la pared fría contra su espalda, Mincho la miraba fijamente desde el marco de la puerta, su cara estaba congelada en una expresión de terror que la deformaba casi hasta ser irreconocible mientras no muy lejos los gritos y las motosierras se fundían en un lenguaje nuevo que le susurraba al odido lo que le esperaba, Mincho había tenido suerte.

Las risas, los destrozos, las groserías y las botas pantaneras retumbaron en la pequeña casa hecha de barro y cuando entraron a la habitación ella no pudo contener un grito. La pequeña cama voló por los aires y 3 hombres la arrancaron del suelo mientras ella unía sus gritos al lenguaje que ellos habían creado en ese pueblito en medio de 2 montañas.

Cuando le arrancaron la ropa no pudo contener más las lágrimas, el primero en violarla fue un negro de manos ásperas como el ladrillo al que la boca le olía a cigarrillo y panela, sus dientes blancos brillaban en la oscuridad mientras se reía y le apretaba las tetas con fuerza, cuando ella gritó de dolor pudo sentir como él se excitaba y se forzaba en su interior, sintió como él respiraba agitado y con las manos la obligaba a mirarlo mientras buscaba su boca con la lengua. Al terminar la tiró sobre el charco de sangre al lado del cuerpo destripado de Mincho y por un instante ella vio su cara, sus ojos dilatados y su boca abierta, sintió su sangre aún tibia en todo el cuerpo y la saboreó cuando el mono empujó su cara contra el suelo para inmovilizarla. Entonces lo sintió dentro de ella, sintió la tierra del piso raspando sus rodillas cuando él se movía, sintió sus uñas romperse cuando arañó el piso para contener el dolor, lo sintió salir de ella riendo y sintió su escupa cuando él la arrojó sobre su espalda.

El tercero se llenó de rabia cuando fue su turno, ella estaba aún tirada en el suelo, muy cerca de su Mincho, llena de mugre y sangre, tratando de respirar y mantener los ojos cerrados cuando sintió la primera patada en el muslo, la segunda le sacó el aire y la tercera le rompió la nariz y la hizo perder el sentido.

Lo primero que vio al abrir los ojos fue la cara de su abuela, que la miraba fijamente, por un momento sintió alivio, pensando que todo había sido una pesadilla, entonces sintió el lenguaje del dolor en sus oídos, su nariz y en todo su cuerpo, y aún le costó un momento darse cuenta que la cabeza de su abuela era lo único que quedaba de ella, sintió el peso de otros cuerpos sobre el suyo y vio caras que conocía desde niña desfiguradas por el terror arrancadas y arrojadas a su alrededor, reconoció manos, pies y pechos y oyó el sonido de la motosierra que ahora rugía solo, sin gritos que lo acompañaran.

Por varias horas esperó, con los ojos fijos en su abuela tratando de contener las lágrimas que de nuevo se empujaban para escapársele por los ojos, mientras a través de los cuerpos destrozados de todas las personas que conocía se filtraban de vez en cuando risas que reconocería el resto de su vida. Así aprendió que el negro se llamaba Jaider, que el mono era Héctor y que el último de los tres era Jaime . Así aprendió también que ellos y los otros 20 habían llegado al pueblo buscando al hijo menor de doña trina, que había vuelto después de estudiar en la universidad de la ciudad porque alguien les dijo que había estado hablando de hacer poner agua en todo el pueblo y también aprendió hacia donde iban después.

En su mente empezó a geminar una raíz negra y llena de espinas, que se alimentaba de las lágrimas que no iba a derramar y de la sangre que esa montaña de cadáveres arrojaba sobre su cuerpo, ese día esta campesina, que había sido feliz casándose con el hijo desgarbado de un amigo de su papá y que había llorado de alegría el día que le dijeron que estaba embarazada, conoció la rabia, descubrió que le hablaba en el lenguaje del dolor y que le gritaba lo que debía hacer, y se juró a sí misma y a su abuela y a su papá y a su mamá y a Mincho y a doña Trina, a don Benito y a Lucy y a todos los demás que ahora yacían en pedazos a su alrededor que antes de morirse le enseñaría este lenguaje a esos 25 hombres que caminaban alejándose de ahí entre risas.