Mi contacto con los demás se limitaba a lo necesario para poder seguir trabajando no socializaba en la cafetería ni en los descansos, me quedaba en mi cubículo la mayoría del día para terminar a tiempo y no perder el bus de las 5:56 que me dejaba en mi casa a las 6:58, justo a tiempo para ver la serie de ninjas que me encanta. Por eso no noté nada raro ese día ni el otro, solo pensé que una huelga de buses me obligaría a montar bicicleta hasta el trabajo y que era un día particularmente lento en la oficina.
Cuando me imaginaba el fin de la raza humana, siempre pensaba en zombies, extraterrestres, tsunamis, asteroides gigantes o una nueva era de hielo que devastara todo el planeta, me imaginaba un Apocalipsis rápido, e indoloro, que me encontrara feliz en mi sillón viendo porno y pensando en Karen, la secretaria del jefe.
Por eso mi sorpresa al darme cuenta que hasta el último ser humano del planeta había muerto 2 días atrás y yo no lo había notado.
Por supuesto me costo un tiempo darme cuenta que no había nadie más, llegue incluso a albergar la idea de que este hecho había afectado a solo una parte de la población y que yo era uno de los sobrevivientes entre billones de muertos…el término no sería “muertos”, en realidad no sé dónde diablos está todo el mundo, simplemente dejaron de “estar”.
Pasé los primeros meses de mi nueva vida tratando de cumplir todas las fantasías que se me ocurrieron, pero descubrí que la mayoría eran más bien poco prácticas y casi ninguna fue de mi agrado: al caminar desnudo por el centro de la ciudad me picaron miles de mosquitos, al tratar de entrar a una de las mansiones de la parte rica descubrí que la mayoría de las rejas estaban cerradas y los sistemas de seguridad aun funcionaban, al tratar de llevarme todas las cosas valiosas de un centro comercial a mi casa noté que no soy particularmente fuerte y en cambio sí soy muy perezoso, de modo que a mitad de las escaleras dejé caer el televisor de 80 pulgadas que intentaba cargar, manejar autos deportivos no era nada agradable, son bastante estrechos y me tallaban la cintura, además las carreteras están aun hoy en día atiborradas de todo tipo de vehículos abandonados, lo que hace de conducir todo un problema.
Al final de mucho intentarlo me encontré sentado todo el día en mi casa jugando con mi consola en mi viejo televisor, recorriendo la ciudad en mi bicicleta para ir al súper y comiendo las mismas comidas de microondas que preparaba antes.
Un par de meses después, cuando el suministro de energía empezó a fallar por toda la ciudad, terminé mudando mi sillón al otro lado de la calle donde un viejo jipi había acondicionado su tienda de camisetas para funcionar con paneles solares.
Un día decidí tomarme una vacaciones y monté mi bicicleta hasta la salida de la ciudad, donde busqué un auto todoterreno con el tanque lleno y empecé a conducir por la primera autopista que encontré, en realidad no sabía a dónde llegaría y no era mi intención demorarme mucho, pues tenía por costumbre siempre llegar a las 6:58 a la tienda del jipi y poner un DVD de mi programa de ninjas favorito, pero ese día quería salir de esas calles que conocía tan bien, así que empecé a conducir. No iba muy rápido pues nunca he sido un buen conductor y me costaba trabajo esquivar los autos abandonados a la mitad de la vía, pero podría decirse que iba a buen ritmo, a medida que me alejaba de la ciudad, el silencio en el que vivía se fue convirtiendo poco a poco en un concierto de sonidos que casi había olvidado: el canto de los pájaros, el viento en los árboles, el chillido de las ardillas y todo lo demás.
Fue en ese trayecto, en un tramo especialmente largo y despejado, mientras el viento me golpeaba en la cara a través de la ventana abierta del todoterreno y la completa seguridad de que era el último ser humano sobre la tierra me generaba una gran sonrisa, que se me ocurrió que había muerto y estaba en el cielo.