Patch estaba irritable y tenía razón, lo que esperábamos que
fuera una pelea de la que íbamos a exprimir un par de monedas no pintaba nada
bien, pero ya estábamos en la puerta y no podíamos escondernos, una anciana nos
gritaba en un lenguaje extraño que sonaba a los alegatos de un borracho con
lágrimas en los ojos y las manos manchadas de sangre.
Las noches en la ciudad suelen ser frescas gracias a las
brisas que soplan desde el cañón de la alta cordillera pero esta era una noche
caliente en el peor verano que había vivido la ciudad en los últimos años y la
pesada chaqueta del uniforme nos convertía en muñecos de nieve en medio del
desierto africano.
El día estuvo tranquilo, recibimos el turno de la tarde de
Omalley y Rodríguez, que solo habían tenido que perseguir a un par de
carteristas cerca de las tiendas Gladslow, cosa que ninguno de nosotros dos
pensaba superar como lo más relevante de la jornada, Patch y yo teníamos un
plan para el resto de la tarde y parte de la noche: nos sentaríamos en el bar
de Jay un par de horas a jugar cartas con Micka el gitano y tal vez iríamos a
ver a las mujerzuelas de la calle Memphis cuando estuviera más oscuro, según
nos dijo Rodríguez, había llegado un nuevo grupo de irlandesas que valía la
pena chequear, Patch quería llegar temprano para domar alguna con sus puños
como hizo la última vez y yo quería hablar con Matilde, la chica italiana
respecto a la llegada del nuevo cargamento de opio.
La primera en hablar con nosotros fue el Ama de Llaves, una
pequeña anciana con un acento muy marcado de alguna parte de Europa del Este
que hacía largas pausas para buscar las palabras correctas. Cuando se sentó con
nosotros en la pequeña antesala no parecía muy afectada por lo que había
sucedido a pesar de que tenía sangre seca en sus manos y vestido, toda la casa
estaba a oscuras y en absoluto silencio, la gran lámpara de la sala flotaba
como un fantasma, iluminada por la pequeña luz del mechero de petróleo con el
que la anciana nos había recibido, sus cristales desprendían brillos mortecinos
color naranja antes de esconderse en la penumbra de la sala y las cortinas se movían
levemente con la ligera brisa que empezaba a soplar a través de las ventanas.
Cerca de las 5 de la tarde habíamos perdido hasta el último
centavo jugando cartas con el maldito gitano y Patch estaba listo para soltar
un poco de vapor, así que nos dirigimos al ghetto judío cerca al parque Betty
Forge. El calor era insoportable, recuerdo que las hojas en los árboles no se
movían ni una pizca y que con el final de la tarde todo empezaba a teñirse del
color del fuego, estábamos en medio de un incendio, encerrados en chaquetas de
lana.
La señora Popovich tenía la cabeza baja mientras hablaba, a
veces la levantaba y fijaba sus ojos en mí, con una mirada lastimera que rogaba
la dejara alejarse de ese lugar. En la pequeña sala apenas cabíamos los
tres, de modo que podía sentir su respiración y el aroma metálico de la sangre
seca en su vestido aun bajo el tufo a whisky y perfume barato que Patch
desprendía. Nos narró cómo llegó a la casa un poco después de las 10 de
la noche tras haber pasado el fin de semana con su hija pues el tren desde el
norte solo llegaba a la estación central pasadas las 9 y ella no podía pagar un
transporte hasta la casa de los Murfield, de modo que caminaba cruzando el
barrio chino por el lado este, cercano al río, lo que le tardaba cerca de una
hora.
La mayoría de los judíos del ghetto conocían bien cómo comportarse cuando llegaban un par de policías al parque después de las 7, debían dejarse magullar un poco, soltar un poco de cambio y largarse a su casa a golpear a sus mujeres hasta que nosotros nos fuéramos. Ese día sin embargo nos encontramos con un listillo de esos que creen en toda esa basura de la declaración de independencia, demasiado inteligentes para dejarse llevar como el resto de las vacas y demasiado idiotas para saber cuándo es mejor callar y aceptar un par de empujones, yo solo podía sonreír pensando en lo afortunado que era de haber encontrado a este imbécil para que le quitara el mal genio a Patch, de modo que no me lo tendría que aguantar toda la noche refunfuñando sobre el gitano y sus trampas en las cartas.
La anciana narró con detalles su rutina al entrar a la casa
después de su acostumbrado viaje: se preparaba un emparedado de pastrami y
calentaba agua para sumergir sus pies hasta que le dejaran de doler, el
emparedado aun se encontraba en el suelo, justo bajo el umbral de la puerta, a
su lado un charco y un vaso roto dejaban ver que la señora Popovich no solo
disfrutaba de la nevera de sus patrones sino también de su licor.
El judío estaba en buena forma, logró esquivar los primeros
golpes de Patch, que se lanzaba impulsado por la rabia y frustración que provoca
un bolsillo demasiado liviano, dejándose llevar como un perro rabioso que busca
el cuello de su víctima. El chico se movía bien y seguro habría tenido una
buena oportunidad en un ring de el bajo Wallace pero en medio del parque y con
el maldito calor haciéndome mojar la ropa interior como puta de los muelles no
quería darle la oportunidad de escapar. Le rompí la rodilla con el bolillo y lo
vi caer en medio de un grito de dolor y una maldición. Patch ni siquiera lo
notó y se abalanzó sobre él apenas puto, rompiéndole la cara con los puños como
si fuera una calabaza de halloween, lo tuve que contener antes que lo matara,
al menos eso creo, y nos alejamos riendo mientras el chico permanecía tirado en
medio de un gran charco de su propia sangre y algunos pedazos de cara.
Patch siempre fue un idiota, antes de dejar a la anciana
terminar su historia se levantó de la silla en la que apenas cabía y con un mugido
similar al de un toro entró a la sala principal de la casa, un minuto después
la luz de la gran lámpara empezó a aumentar su brillo hasta que pude ver su
sombra proyectada a mis pies. De ella vi desprenderse la lámpara de petróleo que
llevaba en su mano derecha y la escuché
romperse contra el suelo de mármol de la mansión.
Los dos estábamos de buen humos y caminábamos fumando como marinos
por las calles del alto Yorchik cuando oímos los gritos al otro lado de
la calle, le sugerí a PAtch que nos alejáramos para no tener que resolver lo
que estaba seguir era solo una pelea familiar pero él insistió en ir, esperando
poder robarse algo de la casa o cobrarle
algo al marido para no llevarlo a la estación, de modo que atravesamos en un
par de saltos la calle que a esa hora estaba sola y seguimos los alaridos hasta
la casa de los Murfield donde la anciana Popovich nos esperaba en la puerta.
Corrí hacia la sala al sentir el grito de Patch, recuerdo
haber escuchado a la anciana empezar a gritar también y ver como de repente la
luz de la lámpara central de la sala empezaba a ondular creando sombras que se movían como por voluntad propia mi
alrededor, podía ver a Patch de pie en el centro de la habitación dándome la
espalda y en medio de la histeria que sentía pude ver las paredes completamente
cubiertas de sangre y trozos de carne que chorreaban por todas partes, Patch
giró sobre sus talones y pude ver su cara desfigurada por el terror, sus ojos
casi salidos por completo de su rostro reflejaban el infierno en el que él se hallaba
sumergido, abrió la boca en un gesto de dolor que le hizo sangrar la boca y
extendió sus brazos hacia mí. Yo sentí
mi propio corazón saltar de repente y me detuve en seco a unos pasos del
umbral de la puerta, entonces noté la silueta tras su cuerpo. Una mujer
envuelta en una capa tan roja como la sangre que caía de las paredes con el rostro
cubierto por una capucha, vi su esquelético brazo abrazar el pecho de Patch rompiendo
su chaqueta con una uñas tan afiladas como cuchillos y revelando una piel llena
de ampollas. Mandé mi mano al costado buscando mi arma entre temblores cada vez
más fuertes, entonces ella me miró por debajo de la capucha y vi lo que me
esperaba, los eternos lagos de fuego que ya abrazaban a mi compañero se abrían
para mí también, recé un Ave María, descargué 3 tiros en el pecho de Patch y y apunté la pistola a mi sien.