Reglas

1. Las entradas deben ingresarse terminadas, hasta las 12:00 de la noche del miércoles de cada semana.

2. A partir de la fecha de publicación, los miembros del blog deben comentar en cada entrada, con impresiones, consejos y correcciones (de ser necesarias) hasta el viernes de la semana de publicación.

3. El autor de la entrada debe hacer los ajustes que sean pertinentes antes del siguiente miércoles, fecha en la que debe publicar su nueva entrada.

miércoles, 28 de enero de 2015

frente a frente


Nuevamente estoy frente a la puerta de bronce pulido, 35 años después. Frente a mí el reflejo de un hombre viejo me devuelve la mirada, en su rostro veo una poblada barba en la que se asoman algunas canas y con un par de gruesos lentes  que muestran el paso de los años en las enmendaduras, su ropa aunque limpia, ha visto mejores días, sus ojos ya no son vitales, sino apagados, enmarcados por arrugas profundas, que como cicatrices, son marcas de una vida que nunca ha sido fácil. Esta vez no traigo un ramo de jazmines recién cortados, ni una nota escrita apresuradamente, como la última vez, esta vez las manos no tiemblan por una emoción que recorre todo el cuerpo, como la corriente que enciende las luces de la calle, ni la leve brisa de la tarde se siente como el baño que los dioses dan a su campeón, que llega victorioso a reclamar la corona de olivos.

Esta vez, mi mano solo sujeta una pistola cargada y mi llegada solo traerá la muerte.

La última vez, Sadhi abrió la gigantesca puerta con un vestido blanco y vaporoso, que se ceñía a su cintura y del que ribetes de oro brotaban para tejer antiguos patrones que auguraban felicidad, su mirada podía iluminar la caverna más oscura y su voz la llenaría con promesas de infinitos campos verdes y grandes árboles de sombra fresca, donde descansar, su piel oscura era la noche fresca llena de estrellas, que nunca negaba el cobijo ni el sueño merecido y anhelado, la última vez verla bajo la tenue luz de la tarde me robó el aliento y convirtió todas las palabras que había dicho hasta entonces y las que diría hasta que muriera, en plegarias de felicidad y amor.

La última vez lloré con el llanto de los niños que ven por primera vez a su madre, de los héroes que conquistan la victoria, de los marineros que llegan a casa después de haber recorrido el mundo, lloré como quién al fin ve esa parte de su alma que siempre echó de menos, reflejada en los ojos de otra persona y sabe, con la certeza del amanecer, que no quiere volver a estar lejos de ella, nunca más.

Sus dientes blancos brillaron con el sol que moría ese día y su sonrisa me devolvió toda la vida que había escapado en las semanas de incertidumbre que había vivido pensando cada segundo de este momento, sentí que las piernas me fallaban cuando extendí las flores con una mano temblorosa y sentí que el infinito cabía en la punta de mis dedos cuando tocaron los suyos.

El reflejo de un relámpago disipó el olor de los jazmines en mi memoria e hizo estremecer el viejo cuerpo en el que me volvía a parar frente a esta puerta, que se convertía en la tapa de un ataúd que llevaba 35 años cerrándose.

Extendí mi mano y toqué la superficie lisa, conjurando una vez su imagen, su sonrisa, su aroma, tu tacto, escuchando los ecos de su risa y la entonación de su voz, capturando una vez, brevemente esa tarde fresca y tratando de liberarme de los años que siguieron, pero esta vez no fue la suave brisa la que me envolvió, sino la lluvia que arreció sobre el hombre que se reflejaba en la puerta de bronce pulido y por sus ojos, mis propios ojos, solo corría el agua que caía de una noche oscura  y tormentosa.

Apreté la pistola en el bolsillo de mi chaqueta, sentí la textura cruzada de su mango con el pulgar y recordé una vez más los patrones de oro en el vestido blanco de Sadhi, mientras los golpes de la aldaba retumbaban en el profundo pasillo de piedra del otro lado.


miércoles, 21 de enero de 2015

la noche


La mejor hora de las fiestas de oficina son las dos de la mañana, a esa hora los que no aguantan ya se han ido, las viejas ya no disimulas que están arrechas y los hombres están demasiado ebrios para entender las indirectas.

Había estado buscando toda la noche entre las luces intermitentes y el humo artificial que te deja sabor a cal en la boca. Primero entre las de la oficina que venían en mi grupo y después en las de las mesas cercanas. Me había fijado en un par que tenían movimientos lentos, miradas perdidas y que no se escandalizaban cuando dejaba que la mano se deslizara un poco más, durante una salsa.

A las dos de la mañana ya tenía tres entre ojos, una negra culona que me había dejado tieso cuando se apretó contra mi pelvis durante todo un regeatón, una mona peliteñida con pinta de secretaria que me había desviado la mano justo cuando estaba a punto de meterle un dedo en medio de la pista y una pelirroja de labios grandes que insistía en decirme -no Juancho- al oído, en un susurro, cada vez que intentaba apretarle las nalgas.

La negra terminó yéndose con un grupo que parecía listo para un gang bang y la peliteñida había empezado a vomitar hacía un rato cuando la pelirroja me pidió mi último cigarrillo, justo cuando mi grupo se despedía. –solo si no me decís más Juancho- le dije ofreciéndole la caja abierta como si estuviera tratando de que ella cerrara un trato con el diablo. –yo te digo como quiera y tú me haces lo que quieras- .

20 lucas en el bolsillo –vamos a tu casa-  -no nena, en mi casa no podemos- -¿estás casado?- Me dijo mirándome a los ojos por primera vez en toda la noche mientras me agarraba la verga dentro del pantalón. –no, vivo con mi mamá inválida-  los dos sabíamos que mentía, su mano apretó más duro, yo con la mía bajaba por sus nalgas y buscaba donde meter los dedos.

El motel era sucio, viejo y olía a cloro desde que uno atravesaba las tiras plásticas de la entrada, deslicé el billete bajo el vidrio oscuro con una mano sin sacar la otra de entre sus piernas, mientras ella me mordía la oreja con cada movimiento.

Apenas abri la puerta cuando se lanzó a la cama como una niña que hace una travesura, yo me lamí los dedos, tomé 2 largos sorbos de la botella de guaro que llevaba y me quité el pantalón que ya estaba desabrochado, ella entendió que no quería juegos ni conversaciones pendejas, abrió las piernas y me miró, esperándome.

-Juancho te quiero- -tomá más, tranquila, ya estamos  juntos-  -Juancho no me dejes –no te voy a dejar, quítate la tanga-  -Juancho, soy tuya- -yo sé, hoy sos mía, hoy haces lo que yo quiera-

cuando me puse el pantalón ella estaba boca abajo sobre las sábanas desteñidas, su ropa era un montón sobre un asiento, la volteé pensando en echarme un último polvo, pero me di cuenta que ya casi era hora de  salir,  busqué en su bolso y encontré un billete de 20 junto a una foto arrugada de ella con un tipo un poco parecido a mí, encendí un cigarrillo y aspiré lentamente mientras decidía si quería volver a hablar con ella.

La vieja ya sale, le dije al vigilante, yo ya vengo, voy por cigarrillos. Caminé una cuadra larga sin fachadas ni puertas, de esas que solo hay en las zonas industriales, mientras amanecía, al lado, el bus gigante pasaba cada tanto como una ráfaga azul. Paré un taxi cerca de un parque y me senté al lado de la sombra.

-¿Qué tal la noche patrón?

-Más bien aburrida.