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miércoles, 21 de enero de 2015

la noche


La mejor hora de las fiestas de oficina son las dos de la mañana, a esa hora los que no aguantan ya se han ido, las viejas ya no disimulas que están arrechas y los hombres están demasiado ebrios para entender las indirectas.

Había estado buscando toda la noche entre las luces intermitentes y el humo artificial que te deja sabor a cal en la boca. Primero entre las de la oficina que venían en mi grupo y después en las de las mesas cercanas. Me había fijado en un par que tenían movimientos lentos, miradas perdidas y que no se escandalizaban cuando dejaba que la mano se deslizara un poco más, durante una salsa.

A las dos de la mañana ya tenía tres entre ojos, una negra culona que me había dejado tieso cuando se apretó contra mi pelvis durante todo un regeatón, una mona peliteñida con pinta de secretaria que me había desviado la mano justo cuando estaba a punto de meterle un dedo en medio de la pista y una pelirroja de labios grandes que insistía en decirme -no Juancho- al oído, en un susurro, cada vez que intentaba apretarle las nalgas.

La negra terminó yéndose con un grupo que parecía listo para un gang bang y la peliteñida había empezado a vomitar hacía un rato cuando la pelirroja me pidió mi último cigarrillo, justo cuando mi grupo se despedía. –solo si no me decís más Juancho- le dije ofreciéndole la caja abierta como si estuviera tratando de que ella cerrara un trato con el diablo. –yo te digo como quiera y tú me haces lo que quieras- .

20 lucas en el bolsillo –vamos a tu casa-  -no nena, en mi casa no podemos- -¿estás casado?- Me dijo mirándome a los ojos por primera vez en toda la noche mientras me agarraba la verga dentro del pantalón. –no, vivo con mi mamá inválida-  los dos sabíamos que mentía, su mano apretó más duro, yo con la mía bajaba por sus nalgas y buscaba donde meter los dedos.

El motel era sucio, viejo y olía a cloro desde que uno atravesaba las tiras plásticas de la entrada, deslicé el billete bajo el vidrio oscuro con una mano sin sacar la otra de entre sus piernas, mientras ella me mordía la oreja con cada movimiento.

Apenas abri la puerta cuando se lanzó a la cama como una niña que hace una travesura, yo me lamí los dedos, tomé 2 largos sorbos de la botella de guaro que llevaba y me quité el pantalón que ya estaba desabrochado, ella entendió que no quería juegos ni conversaciones pendejas, abrió las piernas y me miró, esperándome.

-Juancho te quiero- -tomá más, tranquila, ya estamos  juntos-  -Juancho no me dejes –no te voy a dejar, quítate la tanga-  -Juancho, soy tuya- -yo sé, hoy sos mía, hoy haces lo que yo quiera-

cuando me puse el pantalón ella estaba boca abajo sobre las sábanas desteñidas, su ropa era un montón sobre un asiento, la volteé pensando en echarme un último polvo, pero me di cuenta que ya casi era hora de  salir,  busqué en su bolso y encontré un billete de 20 junto a una foto arrugada de ella con un tipo un poco parecido a mí, encendí un cigarrillo y aspiré lentamente mientras decidía si quería volver a hablar con ella.

La vieja ya sale, le dije al vigilante, yo ya vengo, voy por cigarrillos. Caminé una cuadra larga sin fachadas ni puertas, de esas que solo hay en las zonas industriales, mientras amanecía, al lado, el bus gigante pasaba cada tanto como una ráfaga azul. Paré un taxi cerca de un parque y me senté al lado de la sombra.

-¿Qué tal la noche patrón?

-Más bien aburrida.


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