La mejor hora de las fiestas de oficina son las dos de la
mañana, a esa hora los que no aguantan ya se han ido, las viejas ya no
disimulas que están arrechas y los hombres están demasiado ebrios para entender
las indirectas.
Había estado buscando toda la noche entre las luces
intermitentes y el humo artificial que te deja sabor a cal en la boca. Primero
entre las de la oficina que venían en mi grupo y después en las de las mesas
cercanas. Me había fijado en un par que tenían movimientos lentos, miradas perdidas
y que no se escandalizaban cuando dejaba que la mano se deslizara un poco más, durante
una salsa.
A las dos de la mañana ya tenía tres entre ojos, una negra
culona que me había dejado tieso cuando se apretó contra mi pelvis durante todo
un regeatón, una mona peliteñida con pinta de secretaria que me había desviado
la mano justo cuando estaba a punto de meterle un dedo en medio de la pista y
una pelirroja de labios grandes que insistía en decirme -no Juancho- al oído,
en un susurro, cada vez que intentaba apretarle las nalgas.
La negra terminó yéndose con un grupo que parecía listo para
un gang bang y la peliteñida había empezado a vomitar hacía un rato cuando la
pelirroja me pidió mi último cigarrillo, justo cuando mi grupo se despedía.
–solo si no me decís más Juancho- le dije ofreciéndole la caja abierta como si
estuviera tratando de que ella cerrara un trato con el diablo. –yo te digo como
quiera y tú me haces lo que quieras- .
20 lucas en el bolsillo –vamos a tu casa- -no nena, en mi casa no podemos- -¿estás
casado?- Me dijo mirándome a los ojos por primera vez en toda la noche mientras
me agarraba la verga dentro del pantalón. –no, vivo con mi mamá inválida- los dos sabíamos que mentía, su mano apretó
más duro, yo con la mía bajaba por sus nalgas y buscaba donde meter los dedos.
El motel era sucio, viejo y olía a cloro desde que uno
atravesaba las tiras plásticas de la entrada, deslicé el billete bajo el vidrio
oscuro con una mano sin sacar la otra de entre sus piernas, mientras ella me
mordía la oreja con cada movimiento.
Apenas abri la puerta cuando se lanzó a la cama como una
niña que hace una travesura, yo me lamí los dedos, tomé 2 largos sorbos de la
botella de guaro que llevaba y me quité el pantalón que ya estaba desabrochado,
ella entendió que no quería juegos ni conversaciones pendejas, abrió las
piernas y me miró, esperándome.
-Juancho te quiero- -tomá más, tranquila, ya estamos juntos- -Juancho no me dejes –no te voy a dejar,
quítate la tanga- -Juancho, soy tuya-
-yo sé, hoy sos mía, hoy haces lo que yo quiera-
cuando me puse el pantalón ella estaba boca abajo sobre las
sábanas desteñidas, su ropa era un montón sobre un asiento, la volteé pensando
en echarme un último polvo, pero me di cuenta que ya casi era hora de salir, busqué en su bolso y encontré un billete de 20
junto a una foto arrugada de ella con un tipo un poco parecido a mí, encendí un
cigarrillo y aspiré lentamente mientras decidía si quería volver a hablar con
ella.
La vieja ya sale, le dije al vigilante, yo ya vengo, voy por
cigarrillos. Caminé una cuadra larga sin fachadas ni puertas, de esas que solo
hay en las zonas industriales, mientras amanecía, al lado, el bus gigante
pasaba cada tanto como una ráfaga azul. Paré un taxi cerca de un parque y me
senté al lado de la sombra.
-¿Qué tal la noche patrón?
-Más bien aburrida.
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