Un techo blanco, el foco de luz apagado. Tomo el reloj de la
mesa de noche, tiene un rayón nuevo, son las 8:00 am del 1ro de noviembre.
Marzo, abril, mayo… dormí 8 meses. Me levanto al baño, la habitación está
igual, hay unos jeans nuevos en la silla. La imagen del espejo es poco
familiar: he ganado un par de kilos, tengo la barba descuidada y necesito un
corte de cabello. Siempre me despierto con ojeras, pero las de hoy están muy
marcadas. Este idiota me está matando.
En el escritorio están los adornos que llevé a la oficina,
mala señal. Mientras prendo el computador reviso los bolsillos y la billetera
de un pantalón que huele a usado. Algo de efectivo, ya no está el carnet de la
empresa ni la foto de Sarah.
Abro Facebook y me devuelvo a las últimas publicaciones que
recuerdo en el perfil de Raúl. Leo su patética vida. Mi patética vida. Cambio
el sobrenombre a Donovan, solo un par de personas saben que sufro de doble
personalidad, todas me hablan de inmediato y me dicen que me extrañaron.
Abro el documento de texto que Raúl y yo compartimos. Me
dejó varios mensajes de odio, amenaza con eliminarme a punta de medicamentos.
Su madre no lo aprueba, ella me quiere tanto como a él. Quisiera sentir algo
más que gratitud hacia ella.
“Lo lamento, Raúl. Yo tampoco quiero esta mierda de vida
nuestra - Donovan”.
Cortinas empolvadas, ventanas sucias. La ciudad está casi
igual, terminaron de remodelar el café de enfrente. Voy por uno, los vecinos me
miran con desprecio. Siento la mirada cabizbaja de Raúl en las vitrinas.
Él siente odio, yo vergüenza. Él ignora a Sarah, yo la amo.
Ella está enamorada de él, a mí me ignora. Ella me busca cuando sabe que voy a
desvanecerme, compartimos unos días y luego los dejo a solas. Él la traiciona,
ella nos odia. Vuelvo al comenzar el invierno y bailamos de nuevo los tres.
“Estás?” le escribo mientras camino. No me responderá en varios días.
El paseo fue corto, hay mucho por hacer. La cuenta bancaria
está casi vacía y en la alacena solo hay botellas de ginebra vacías. Llamo a
Diego, uno de los pocos secretos que le tengo a Raúl. Me da el mismo trabajo
que cada año, en cuanto me arregle, claro.
Llamo a la mamá de Raúl con el pretexto de visitarla. Me
invitará a quedarme unos días con ella, era lo que buscaba. Al volver al
apartamento de Raúl noto que editó el documento.
“Crees que te estoy agradecido? Todo está jodido y es por tu
culpa” no sabría por qué, Raúl “Soy lo único que le da orden al desastre de
vida que tienes, Raúl”. Mis manos comienzan a escribir sin control. Sus manos,
no las mías.
“No quiero tu orden, no quiero los trabajos que me conseguís
cuando estás a cargo, no quiero estar en contacto con mi familia, solo quiero
que dejés de existir, quiero estar solo”
“No va a ser posible, Raúl, me llamas cada vez que llega el
invierno” tecleo.
“No te llamo, llegás intruso, me reconciliás con esa tonta
alegre de Sarah, me obligás a tomar un camino que no es el mío, hacés todo lo
que habría hecho mi padre”
“Es por nuestro bien, nos estás destruyendo”
“no hay ningún NOS, solo estoy YO y alguien que no entiende
que no existe, te odio”
No es la primera vez que me lo escribe, pero nunca habíamos
intercambiado más de unas cuantas palabras. Nunca había tomado control de su
cuerpo mientras yo estaba despierto. Algo va mal.
Abro el cajón del escritorio y saco dos frascos. Uno me pone
a dormir hasta el siguiente noviembre. El otro lleva ahí mucho tiempo. Nos
pondrá a dormir a los dos. Las manos que no controlo abren el segundo y me obligan
a beber su contenido.
Pienso ir al baño a vomitar, pero recibo una notificación:
Sarah me ha sacado de sus contactos. No puedo ver sus fotos. Apuro también el
frasco que me podrá a dormir solo a mi. Recuerdo como encontraron al padre de
Raúl, el día que yo nací. Trato de imitar su posición en la bañera.
Dios tiene un sentido del humor enfermizo, me pregunto si
estará riendo ahora que nos encontremos.