Reglas

1. Las entradas deben ingresarse terminadas, hasta las 12:00 de la noche del miércoles de cada semana.

2. A partir de la fecha de publicación, los miembros del blog deben comentar en cada entrada, con impresiones, consejos y correcciones (de ser necesarias) hasta el viernes de la semana de publicación.

3. El autor de la entrada debe hacer los ajustes que sean pertinentes antes del siguiente miércoles, fecha en la que debe publicar su nueva entrada.

miércoles, 20 de agosto de 2014

Rumores Blasfemos

Un techo blanco, el foco de luz apagado. Tomo el reloj de la mesa de noche, tiene un rayón nuevo, son las 8:00 am del 1ro de noviembre. Marzo, abril, mayo… dormí 8 meses. Me levanto al baño, la habitación está igual, hay unos jeans nuevos en la silla. La imagen del espejo es poco familiar: he ganado un par de kilos, tengo la barba descuidada y necesito un corte de cabello. Siempre me despierto con ojeras, pero las de hoy están muy marcadas. Este idiota me está matando.

En el escritorio están los adornos que llevé a la oficina, mala señal. Mientras prendo el computador reviso los bolsillos y la billetera de un pantalón que huele a usado. Algo de efectivo, ya no está el carnet de la empresa ni la foto de Sarah.

Abro Facebook y me devuelvo a las últimas publicaciones que recuerdo en el perfil de Raúl. Leo su patética vida. Mi patética vida. Cambio el sobrenombre a Donovan, solo un par de personas saben que sufro de doble personalidad, todas me hablan de inmediato y me dicen que me extrañaron.

Abro el documento de texto que Raúl y yo compartimos. Me dejó varios mensajes de odio, amenaza con eliminarme a punta de medicamentos. Su madre no lo aprueba, ella me quiere tanto como a él. Quisiera sentir algo más que gratitud hacia ella.

“Lo lamento, Raúl. Yo tampoco quiero esta mierda de vida nuestra  - Donovan”.

Cortinas empolvadas, ventanas sucias. La ciudad está casi igual, terminaron de remodelar el café de enfrente. Voy por uno, los vecinos me miran con desprecio. Siento la mirada cabizbaja de Raúl en las vitrinas.

Él siente odio, yo vergüenza. Él ignora a Sarah, yo la amo. Ella está enamorada de él, a mí me ignora. Ella me busca cuando sabe que voy a desvanecerme, compartimos unos días y luego los dejo a solas. Él la traiciona, ella nos odia. Vuelvo al comenzar el invierno y bailamos de nuevo los tres. “Estás?” le escribo mientras camino. No me responderá en varios días.

El paseo fue corto, hay mucho por hacer. La cuenta bancaria está casi vacía y en la alacena solo hay botellas de ginebra vacías. Llamo a Diego, uno de los pocos secretos que le tengo a Raúl. Me da el mismo trabajo que cada año, en cuanto me arregle, claro.

Llamo a la mamá de Raúl con el pretexto de visitarla. Me invitará a quedarme unos días con ella, era lo que buscaba. Al volver al apartamento de Raúl noto que editó el documento.

“Crees que te estoy agradecido? Todo está jodido y es por tu culpa” no sabría por qué, Raúl “Soy lo único que le da orden al desastre de vida que tienes, Raúl”. Mis manos comienzan a escribir sin control. Sus manos, no las mías.

“No quiero tu orden, no quiero los trabajos que me conseguís cuando estás a cargo, no quiero estar en contacto con mi familia, solo quiero que dejés de existir, quiero estar solo”

“No va a ser posible, Raúl, me llamas cada vez que llega el invierno” tecleo.

“No te llamo, llegás intruso, me reconciliás con esa tonta alegre de Sarah, me obligás a tomar un camino que no es el mío, hacés todo lo que habría hecho mi padre”

“Es por nuestro bien, nos estás destruyendo”

“no hay ningún NOS, solo estoy YO y alguien que no entiende que no existe, te odio”

No es la primera vez que me lo escribe, pero nunca habíamos intercambiado más de unas cuantas palabras. Nunca había tomado control de su cuerpo mientras yo estaba despierto. Algo va mal.

Abro el cajón del escritorio y saco dos frascos. Uno me pone a dormir hasta el siguiente noviembre. El otro lleva ahí mucho tiempo. Nos pondrá a dormir a los dos. Las manos que no controlo abren el segundo y me obligan a beber su contenido.

Pienso ir al baño a vomitar, pero recibo una notificación: Sarah me ha sacado de sus contactos. No puedo ver sus fotos. Apuro también el frasco que me podrá a dormir solo a mi. Recuerdo como encontraron al padre de Raúl, el día que yo nací. Trato de imitar su posición en la bañera.

Dios tiene un sentido del humor enfermizo, me pregunto si estará riendo ahora que nos encontremos.

Inkala (Parte 2)

Este, mi señor, es el relato de aquel desdichado joven.

En el año de Nuestro Señor, 1198, ya avanzado el Otoño, me encontraba huyendo de una banda de ladrones que había destrozado la choza que era mi casa, habían clamado la cabeza de mi padre, un humilde zapatero, de mi madre, cosedora para la archiduquesa, mis hermanos menores, y ahora venían por mi cabeza.  Tuve la desgracia de internarme en el bosque, aquel al que llaman bosque prohibido, ya había estado innumerables vece en el, pero solo caminaba cortas distancias.  A cada paso que daba les sentía respirándome en la nuca, y seguí corriendo hasta que la oscuridad de la noche me lo permitió.

En cuanto pude, tan pronto estaba seguro de que ya había perdido a los ladrones, me recosté un instante en un viejo tronco de un árbol caído, rodeado de una densa vegetación, de árboles vestidos, imaginaba yo, de dulces ocres, de ramas desnudándose para el próximo invierno.  El viento soplaba suavemente, meciendo las copas de los árboles, mostrándome de tanto en tanto el rostro brillante de la luna llena. No habían pasado ni diez minutos, cuando de la nada empecé a ver unas diminutas luces, primero eran dos o tres, de repente se habían multiplicado en cuestión de segundos, cientos de luces revoloteaban alrededor mío, cada vez más cerca, cada vez más molesto, como un enjambre de abejas al ataque.  Tuve que pararme de nuevo a correr, seguían acosándome, eran tantas que iluminaban los arboles cercanos, tenía que espantar a aquellas endiabladas criaturas, que ahora se, son lo que los sajones conocen como pixies.  Corrí frenéticamente, como pude, tropezándome con ramas y raíces, dando tumbos contra los grandes y centenarios árboles.  Y así como aparecieron, así desaparecieron aquellas desquiciadas luces, dejándome en medio de la nada, sudoroso y jadeante, con ganas de quebrarme y llorar.

Sin darme cuenta las hadas me habían conducido al borde de un claro en el bosque, que ahora podía ver gracias a la luz de la luna llena, me acerque a los primeros árboles y cautelosamente me asome al interior del claro, era un amplio circulo casi perfecto, como si lo hubiesen trazado desde tiempo inmemoriales, cuidado hasta el más mínimo detalle.  Y para mi sorpresa en la mitad del claro había alguien.  Una mujer sentada en un pequeño tronco, de pelo corto, oscuro y desordenado, largo cuello y esbelta figura; tenía un hermoso pero viejo vestido, rasgado y desgastado, pero que parecía que había visto mejores épocas. Estuve interminables minutos detallándola, parecía la princesa de algún reino decadente, parecía salida de esas canciones que entonaban los bardos a su paso por la villa.  Me di cuenta que era una mujer muy joven, casi una niña, por lo que me pareció aún más bella, mas hipnotizante, y cada segundo sentía que me atrapaba más y más.  Aunque tenía el corazón a punto de estallar, temía respirar muy duro, temía mover algún musculo, temía que se percatara de mi existencia y desapareciera para siempre.  Estuve contemplándola horas, vi como las sombras que proyectaban los arboles por la luz de la luna se movían, y a pesar de todo ella permanecía casi inmóvil.

Cuando pensé que la dicha de verla podría a ser eterna, sin esperármelo, ella volteó a mirar en la dirección donde yo me encontraba, sus ojos eran frios, muy fuertes, hechizantes.  Mi cuerpo entero se tensionó, mi pulso se congelo, no podía mover las piernas ni los brazos.  En ese instante supe que ella se había percatado de mi existencia desde que llegué al bosque.  Entonces dibujo una leve sonrisa, fría, casi malévola, hubo un destello en sus ojos y sin más dio un impresionante salto en la dirección contraria a la que yo estaba y se internó en el bosque.

Justo en el momento en que salía del sopor que me atrapo durante horas, escuche el infernal aullido de una jauría entera de bestias que llegaba de todos lados, sin más volví a correr, esta vez completamente aterrorizado.  Cada vez se escuchaban más duro. Corrí y en medio de los aullidos pude identificar gritos humanos.  De repente vi luces de antorchas, fui donde estaban lo más rápido que pude, y me encontré con el horror.  Con total y absoluto miedo vi sangre por todos lados, brazos humanos arrancados de sus torsos, vi unas infernales bestias humanoides, muy altas, cubiertas por un pelaje áspero y denso, con fuertes garras, en una pelea a muerte con, lo que identifique como soldados del rey. Algunas de las bestias estaban inclinadas sobre los cuerpos inertes de algunos soldados, alimentándose de ellos, saciando un hambre infernal y aterradora.  Para mi desventura, fui descubierto, y no tuve oportunidad de huir, no pude ni dar media vuelta, cuando una garra infinitamente más fuerte que yo me sostuvo y me tiro en medio de la confrontación, otro más hizo lo mismo conmigo, era tratado como una muñeca de trapo, de un lado para otro, mis vestiduras se rasgaron, así como la piel de mi espalda, brazos y frente, no era capaz de ver a donde iba, la sangre cubría mis ojos, sentía como uno a uno de los huesos de mi cuerpo eran pulverizados, hasta que caí al suelo, inmóvil, boca abajo, a merced de aquellas bestias, sentí una garra asirme por el cuello, sentí  el final  muy cerca.

Sin previo aviso, escuche los cornos reales, nuevas tropas venían a reforzar a sus compañeros, lo que sea que me tenía agarrado me soltó.  Escuché el acero de las espadas blandirse por los aires, los bramidos de las bestias, y pisadas muy fuertes cada vez más lejos hasta que hubo una muy anhelada calma.  Alguien me dio vuelta y pude ver los primeros rayos del sol clareando una noche de terror y a la vez de belleza indescriptible, eran los soldados que me recogían para llevarme con ellos, junto con sus compañeros muertos en batalla.

Con el hilo de voz que me quedaba les pedí que me condujeran hasta donde el padre Aelfred de Belmont, para que le diera paz a mi cuerpo maltrecho y ya lejos de la sanación, les dije que aunque ya era poco lo que podían hacer por mí, no se preocuparan porque mi mente, alma y corazón se quedarían para siempre en aquel claro, en la mitad del bosque, que mi espíritu se quedaría deambulando hasta poder encontrar a aquel ser que me embrujo los sentidos, hechizo mi esencia y me dio la libertad de poder volar en las alas de la ensoñación.

martes, 12 de agosto de 2014

Inkala (parte I)



Octubre 31, En el año de nuestro Señor, 1198

Mi muy reverenciado Monseñor Bernardini.

Me encuentro en la penosa tarea de pediros vuestra asistencia, su reverencia, en lo que encuentro ahora un tema de suma importancia para la sagrada Iglesia Católica.  Con la presente misiva, adjunto un relato de lo más intrigante, que se suma al ya largo corolario de historias macabras provenientes del que llaman el Bosque Prohibido, al cual vuestra oficina había desestimado por creer falsas supersticiones paganas de campesinos incautos y asustadizos.

Como vuestra excelencia ya sabe por el intenso intercambio de correspondencia, mi casa se encuentra a las afueras del pueblo, bordeando el bosque.  En días pasados, un contingente, sumamente mermado de soldados arribó a las premisas de mi humilde morada, si acaso una hora después del amanecer, con horribles señas de haber pasado por grotesca batalla campal.  Traían a cuestas, los cuerpos sin vida, terriblemente mutilados, de cinco de sus compañeros, y a un miserable adolecente, andrajosamente humilde a todas luces, muy mal herido, y aferrado a la vida por un hilo.

Mientras algunos soldados hacían las primeras atenciones a las heridas de aquel desdichado joven, yo daba cristiana sepultura a sus compañeros, como era de esperarse.  Al terminar, ellos me relataron apresuradamente lo que les había pasado, de cómo habían sido emboscados vilmente, de cómo se defendieron valerosamente y de cómo la salida del sol los había salvado a todos de una muerte segura.  Después se retiraron para poder reportarse con su capitán.

Fui, entonces a ver al adolecente, y me rogo para que, no solamente le escuchara, sino que escribiera el horror que había atestiguado.  A continuación transcribo textualmente el relato de lo que pude extraer de este pobre desdichado antes que se entregara en manos de nuestro Redentor.  Pido a su excelencia y a toda vuestra oficina que tomen cartas en el asunto, que se contacten, de ser necesario, con nuestro santo padre, el sumo pontífice Inocencio III, sé de buena fuente que ha querido crear una nueva herramienta para pelear contra el maligno, algo que en la península Ibérica llaman Inquisición, y que, con el poder de Dios Padre Todopoderoso, conquistemos el galopante mal que acecha por esto lares.

Agradezco vuestra rápida respuesta y ruego a los cielos que esta misiva llegue a sus manos antes de mediados del otoño, envío a  mis más confiables y rápidos mensajeros, espero que sean debidamente recompensados.

Sinceramente

Padre Aelfred de Belmont

miércoles, 6 de agosto de 2014

Uno Soez

Jhon sonreía incrédulo mientras el orto de Ana le daba paso a su sexo con dificultad, todo el esfuerzo invertido durante estos meses valió la pena (“o el pene” como pensaba jhon divertido).

Ana se movía tímidamente bajo él, que contemplaba su espalda tersa y blanca como un lienzo en el que se creará una obra de arte (“o al menos un mamarracho posmoderno y sin valor, si yo soy el artista” reconoció).

Había quemado todos sus cartuchos para poder llevarla a la cama, conocía todo sobre ella y solo la mitad la había aprendido de sus labios: sus horarios, sus amigos, sus secretos. Y también sabía cuánto lo despreciaba (“y no te estoy tomando a la fuerza, hijadeputa, como me ibas a obligar” se dijo, satisfecho).

Fue el tiempo el que le permitió poseerla, solo tenía que esperar el peor día de Ana, de esos en los que todo sale mal y solo se desea una copa y olvidarse de lo ocurrido. Todas las amistades de ella le debían algún favor a Jhon y cuando el momento llegara, pensaba cobrarlos todos. Si algo tenía Jhon, era paciencia (“paciencia y la verga ensopada en mierda, jaja” rió).

Llegó el día en que la vio entrar al bar que frecuentaba, con una sonrisa que no llegaba a sus ojos pardos, y su lacio cabello marrón se rebelaba en la coronilla. Supo que era el momento: compró una botella de ron antes que ella se sentara, despachó sin explicación a posibles competidores y ordenó a sus amigas hacerlo quedar bien. En cuanto ella llegó a la mesa, él se marchó diciendo que volvería más tarde, sin prestarle la más mínima atención (“Le sonreíste a Marla cuando me fui y vas a sonreír más ahora que me venga” se regodeó).

Jhon galopaba apaciblemente hacia el clímax que muchas veces había simulado en solitario, lamentando únicamente el no poder verle el rostro gimiente o sus perfectos senos pálidos bailando con cada arremetida. Así que se conformó con recordar la nívea cara de la que estaba enamorado (“mejor eso que verte la mirada perdida de borracha”, concluyó).
El instante que duró el orgasmo fue eterno, mágico. Sintió como si se sumergiera en el Leteo y todo dejara de existir, como si pudiera extraer a Excalibur de una piedra filosofal y se proclamara rey de un castillo solitario, donde no habitaban más seres que él y Ana (“…”).

La alcoholizada Ana también se quedó quieta, tendida boca abajo soportando el peso de Jhon, que no se había apartado esperando a que bajara el entumecimiento de su miembro.  El ano irritado se encogía lentamente  a la vez que el pene se desinflaba, expulsándolo junto con las viscosidades del semen y los excrementos (“te haría un Dirty Sánchez, pero estás tan alcoholizada que no sé si me la chuparías o me la arrancarías de un mordisco” tuvo que reconocer).

Jhon se limpió con las sábanas, se levantó y la contempló largo tiempo, memorizando cada curva, cada vello, alimentándose de la juventud de su piel y el desorden de su pelo. Ella vomitó a un lado de la cama y giró para ofrecerle su desnudez frontal (“lo único mejor que un buen recuerdo, es un buen recuerdo en video” pensó mientras sacaba el celular del pantalón tirado en el suelo).

Ana parecía recobrar la conciencia por momentos y él se obligó a contener las ganas de follársela de nuevo, porque se le había endurecido otra vez al verla así. Se la había imaginado mil veces desnuda, pero nunca habría podido adivinar el perfecto rosado oscuro de sus pezones. Recogió sus cosas después de vestirse y se marchó (“y con este video te saco otras dos culiadas más, al menos”).

A través de la tormenta

La vela se encendió lentamente iluminando el rostro de la mujer con una parpadeante luz naranja. Ella aún sostenía el largo fósforo en cuyo extremo la llama, obstinada, se negaba a morir, a pesar de la ligera brisa que entraba por la única ventana del diminuto refugio y que la hacía bailar mientras la extinguía.

Las gotas se estrellaron contra la mesa de madera en la que apoyaba sus brazos estirados y que se tambaleaba bajo su peso. La vieja madera se quejaba con cada sollozo, absorbía las lágrimas y solo dejaba rastros de lo que habían sido. Las fibras expuestas por el tiempo y por la pérdida de la capa de pintura, cambiaban ligeramente de color al ser tocadas por tanta tristeza. Inmutable, la mesa también lloraba.

El viento empezó a silbar al pasar por la ventana entreabierta. Fuera de la pequeña estructura de madera, una tormenta se gestaba; tomando fuerza, recogiéndose en sí misma para después expandirse como un manto negro sobre la ya negra noche y derramarse sobre la costa. El fósforo finalmente se consumió en el cenicero donde descansaba, dejando morir la llama que había vivido en él por apenas unos segundos.

La llama de la vela se movía en contracciones que anunciaban su muerte, perdiendo intensidad y renovándola con el ánimo que le daba el mismo viento que amenazaba con extinguirla. La luz de los relámpagos iluminaba todo lo que había en la habitación por unos segundos con una luz blanca, que borraba la profundidad y lavaba las imperfecciones.

Su cuerpo estaba ahí, pero la mujer no, ella estaba muy lejos, en una playa muy distinta, disfrutando de sus hijos que corrían frente al mar, con un pequeño cachorro que jugaba entre sus piernas; sintiendo el brazo de su esposo en su espalda, las yemas de sus pulgares acariciándola justo bajo la nuca, ella estaba saboreando la piña y el alcohol del coctel que tenía a su lado, en una pequeña mesa plástica. Parecía que hubiera sido hace muchos años, que ni siquiera hubiera ocurrido, que fuera una alucinación provocada por el hambre y la deshidratación, casi lo creía, pero en su muñeca, aún tenía la manilla plástica de la entrada al hotel, muy sucia y arrugada, con las letras borradas por el sol, el agua, el lodo y el sudor.

La tormenta estalló como una explosión, sin anunciarse. El ruido de millones de gotas que caían sobre el techo de latas absorbía sus pensamientos, que amenazaban con quedarse para siempre en una pequeña playa soleada de otro mundo, en otro tiempo.

Los puños se cerraron con fuerza, la debilidad se convirtió en rabia, así como la impotencia se había convertido en llanto. El brazo golpeó la mesa cada vez más fuerza, aún silenciado por la tormenta, a pesar de que la vela en su candelabro, el portarretratos, la taza llena de café frío, el arma cubierta de lodo y el cuchillo que aún tenía sangre seca hasta la empuñadura, saltaban cada vez más alto, chocando entre ellos, cayendo al viejo suelo que ya tenía charcos de agua que se colaba desde el techo.

Cuando en la puerta se escucho un apagado quejido y el sonido de las botas entre el lodo, su rabia se apagó como la llama de la vela, que ahora yacía en el suelo, su alma se inundó como lo hacía de a pocos la vieja cabaña y las lagrimas desbordaron de nuevo sus ojos, la tristeza se convirtió en una tormenta que todo lo apagaba, que todo lo borraba, que solo dejaba el sonido de las gotas al chocar contra el techo, como fondo infinito de la existencia.

A través de la ventana vio la silueta familiar de su esposo, que con la cabeza gacha volvía a casa, atrás quedaron la playa, los niños, el perro, el coctel de piña en sus labios, las manos suaves de él que bajaron por su espalda, buscándola cuando sus hijos fueron a pasear en un bote alquilado. Se acercó a la puerta de la que ya lo escuchaba mover el viejo pomo para entrar, quitó el seguro y el asiento que la atrancaba y al abrirla lo vio definido por los primeros rayos de luz del nuevo día, sobre el hermoso paisaje de la costa que volvía a la vida. Notó que, igual que el cielo, se despejaban sus ojos y que las lágrimas habían desaparecido, levantó los brazos y sonrió por primera vez desde que todo empezó, recordando un gesto que creía olvidado para siempre. Él entró tambaleándose, el largo viaje de vuelta lo había cubierto en lodo, lo que tapaba las heridas que ella sabía, tenía en todo su cuerpo, sus ojos aún tenían ese color azul que la había enamorado cuando se conocieron hacía casi 10 años y a pesar de frío que lo inundaba, sintió sus manos suaves cuando la alcanzó. Cerró los ojos y lo abrazó, extrañando su respiración y extrañando sentir como su corazón se aceleraba cuando ella estaba junto a él.

Entre sueños

Meg vio como Mark, en una furia llena de locura y salvajismo, destrozaba dos perros que habían llegado hasta donde se encontraban. Las garras de Mark despedazaban cada una de las extremidades de los animales, mientras que sus colmillos se hundían en distintas partes de sus troncos.

Una sensación de excitación recorrió todo su cuerpo, el ver a Mark haciendo gala de todo su poder la llevaba entre cada una de las imágenes que tenía de cuando la hacía suya. Un incontenible deseo de sumarse al festín se apoderó de ella. Mientras se levantaba su cuerpo fue adoptando una forma que la hacía sentirse segura de sí misma. A los pocos segundos ya se encontraba junto a Mark en un delirio de sangre y vísceras que volaban por todos lados.

Mientras ambos terminaban de masticar lo que quedaba de los perros, dos presencias más se sumaron al lugar en el que se encontraban. El olfato de Meg rápidamente los identificó. Se trataba de Beck y Roy. 

- Nos han encontrado - Pensó Meg en un ligero momento de lucidez.

Sin contemplaciones se abalanzó en dirección del olor, encontrándose con quienes eran sus mejores amigos en la manada. Lo primero que vio fue sus indefensas formas humanas, esto causó que Meg trastabillara. Sin embargo, el momento de vacilación fue fugaz. Antes de que alguno de los dos pudiera decir o hacer algo, mandó certeros zarpazos hacia sus gargantas, convirtiéndolas en delgados hilos de carne. La sangre manaba como si fuera una fuente. El éxtasis provocado por la escena la impulsó a dirigir un sonoro aullido dedicado a la luna y luego se dispuso a bañarse en la sangre proveniente de los cuerpos sin vida. 

- ¡Meg! Detente, para. No sigas con eso - Gritó Mark.

Al darse la vuelta Meg se encontró de cara con su amado. No obstante, la exacerbación le impidió reconocerlo al instante. Con una velocidad impresionante alistó una de sus garras para proyectarla en contra del ser que se encontraba en frente. Un segundo más tarde, veía sobre sí misma un cuerpo atravesado por una de sus extremidades del cual llovía sangre a cántaros. La mujer - lobo no pudo sentirse más feliz. 

Al cabo de un rato, Meg volvió a abrir sus ojos. Su cabeza daba tumbos, como si se encontrara drogada. Al comenzar a revisarse detalló que estaba completamente cubierta de sangre seca, sus prendas estaban desgarradas y hechas jirones; unas cadenas estaban atadas a sus piernas. Poco después fue consciente que ya no se encontraba en el bosque. Ahora estaba en una habitación que le resultaba poco familiar. Aún con su mente perdida en esa sensación extraña buscó a Mark. Al no verlo comenzó a gritar su nombre. Luego volvió a perder la consciencia.

Entre sueños volvió a sentir la sed de sangre y la satisfacción de beberla. Una y otra vez volvía sobre el recuerdo de sí misma destrozando perros y seres humanos y llevándolos hacia sus fauces, degustando el sabor único de la sangre caliente, recién extraída de las venas. Luego de toda esa confusión de pensamientos todo se puso negro. No alcanzaba a ver nada. En medio de toda esa obscuridad un haz de luz se proyectó, y justo en el centro apareció un Hombre - lobo despedazando un cuerpo. Meg, completamente atolondrada por lo que veía se acercó para ver bien qué pasaba. Cuando al fin estuvo a distancia, vio con horror lo que la escena le mostraba. Era ella, descuartizando a Mark y comiéndoselo pedazo a pedazo.

Todo esto la devolvió a la realidad en medio de llantos y un ensordecedor grito.

- ¡Maaaark! - 


lunes, 4 de agosto de 2014


  • Este cuento lo escribí para una clase en la universidad, era un ejercicio en el que con un párrafo de un cuento del profesor, debíamos completar uno propio; lo que se encuentra en negrillas es original del Arq. Luis Fernando Mesa, profesor de la materia Literatura y Arquitectura.




La noche estaba ya muy avanzada, los ruidos propios de una gran urbe hace rato habían cesado, la atmósfera era una mezcla de vapores de vino y cigarrillos mal apagados. En la terraza de la casa de Andrés se habían reunido sus amigos más cercanos y entre copa y copa casi todos habían relatado alguna historia, solo faltaba Silvana por hablar. Toda la noche la había pasado callada, tímida, muy impropio de ella quien era la más extrovertida, era el alma de las fiestas, era quien armaba aquellas rumbas que recordaban durante muchísimos años, pero ese día bajaba la cabeza cuando escogían quien era el siguiente narrador.

Después de muchos reclamos Silvana comenzó a hablar: El primer cadáver que vio en su vida fue el de su amiga íntima. Lo vio el sábado al mediodía a través de la ventanilla del ataúd en la sala de velaciones. La impresionaron los estragos del accidente que el maquillaje funerario apenas alcanzó a disimular y, sobre todo, la llenó de estupor mirar de frente el rostro vacío de la muerte. No podía creer que su amiga de toda la vida no estaría más a su lado, después de todo lo que habían vivido juntas, que desde que tiene memoria siempre estaba ahí, que fueron compañeras de juegos infantiles, que se confiaban los secretos íntimos de la adolescencia, pero también estuvieron juntas cuando el padrastro de Silvana llegaba ebrio a la casa con toda su violencia a flor de piel, cuando destrozaba los muebles, cuando llegaba vociferando que su mujer le había sido infiel.

Todos los presentes no creían lo que estaban escuchando, jamás habían visto a Silvana con semejante talante, y peor aún fue su reacción cuando vieron el claro destello de las lágrimas asomándose en sus ojos. Dijo que al morir su amiga íntima quiso seguirle los pasos, que más de una vez sostuvo un cuchillo en sus manos para desgarrar sus venas y que estuvo en el hospital psiquiátrico durante más de un año cuando se dio cuenta que fue su padrastro quien de la manera más brutal y sanguinaria la había asesinado.

Un silencio sepulcral se apoderó de la casa de Andrés, hasta que por fin alguien tímidamente se aventuró a preguntar quién era su amiga, que por que nunca habían oído hablar de ella. Silvana levantó sus ojos azules como el mar profundo, con voz débil y quebradiza dijo: Era mi madre!