El club lo comenzamos Damian y yo hace ocho meses, aunque no nos conocemos formalmente. Sé la
fecha exacta porque ese día me mudé a mi actual apartamento. La sala del suyo
es perfectamente visible desde mi balcón y mientras acomodaba cajas llenas con
ropa de mi esposa, lo ví follando duro a una flaca contra la pared.
Me excité de inmediato y me fue imposible apartar la mirada.
Ella era bonita y parecía estarla pasando bien, las tetas se le movían con
fuerza y pude distinguir los pequeños
pezones erectos a pesar de la distancia. Damian me vio y yo no hice nada por
disimular que los estaba observando. Él tampoco hizo nada por obstruir mi
visión.
En la noche le devolví el favor y forniqué con las cortinas abiertas en cuanto lo vi asomarse, tuve que quitarle las gafas a mi esposa para asegurarme que no lo viera. Fue testigo de todo el show, me esmeré en ofrecerle los mejores planos y creo que eso lo hizo un excelente polvo.
Las primeras veces fueron exhibiciones discretas: Yo abría las cortinas cuando mi esposa se cambiaba en las mañanas, él lo hacía en las noches; él tenía quickies en la sala antes de almorzar, yo la manoseaba en el balcón al llegar del trabajo. En ocasiones me descubría conduciendo a toda velocidad para llegar temprano a mi palco, con la sangre golpeándome el pecho y los pantalones tratando de adivinar lo que Damian y su mujer harían ese día.
Casi un mes después, mientras leía en el balcón un día en el que sabía que no habría faena en ninguna de las casas, noté a un señor corpulento observándome desde el apartamento superior. En cuanto cruzamos miradas, abrió las cortinas en su totalidad y llevó a una mujer madura y gordita con los ojos vendados hasta el ventanal, la penetró desde atrás agarrándola por el cabello sin dejar de mirarme. Las tetas se le pegaban al vidrio de maneras hipnóticas. Él también comenzó a exhibir a su mujer cada vez que tenía oportunidad.
Pasaron tres meses y se habían unido dos miembros más: un joven del edificio de al lado de Damian con su despampanante novia negra y un señor muy peludo que siempre llevaba una muchacha distinta a la terraza de su casa y tenía sexo de la misma manera, como si fuera un ritual. En ocasiones miraba por la ventana y veía a mis cuatro cofrades mirando concentrados un apartamento de mi edificio al que no tengo línea de visión. Me alegró saber que éramos más.
Una la noche fui a la tienda con mi esposa y me encontré a Damián y su pareja, nos miramos inexpresivamente sin saludar. Ella se ve mejor de lejos, pero el saber que la conozco en sus momentos más privados fue emocionante. Las miradas hambrientas que Damián le dirigió a mi mujer, se pagaron solas.
Algunas semanas después se desocupó un apartamento del edificio de la negra y pedí cita para verlo finalizando la tarde, con el solo propósito de conocer a otros miembros del club que no puedo ver desde mi ventana. Era el turno de una muchacha fea que vive dos pisos debajo del mío y que he visto en las zonas comunes un par de veces. Siempre me había preguntado como su esposo, un muchacho muy pinta, estaba con esa pelada tan desabrida: era cuadrada, pálida y con la cara rara, pero la fogocidad con la que lo montaba y la manera en la que se movía había respondido tan absurda pregunta.
Esa noche me comí a mi mujer con hambre.
Somos siete miembros fijos, han entrado y salido varios pero parece que no aguantan nuestro ritmo, solo espero que nunca se retiren la gordia madura, la negra y la mujer de Damian. Si nos encontramos en la calle nos ignoramos y si vemos en las ventanas ajenas situaciones no sexuales, desviamos la mirada. Estoy seguro que el club ha mejorado la vida sexual de los otros tanto como a mí. Por cierto, hoy me toca hacer show.
(inspirado en la vida real)
Las primeras veces fueron exhibiciones discretas: Yo abría las cortinas cuando mi esposa se cambiaba en las mañanas, él lo hacía en las noches; él tenía quickies en la sala antes de almorzar, yo la manoseaba en el balcón al llegar del trabajo. En ocasiones me descubría conduciendo a toda velocidad para llegar temprano a mi palco, con la sangre golpeándome el pecho y los pantalones tratando de adivinar lo que Damian y su mujer harían ese día.
Casi un mes después, mientras leía en el balcón un día en el que sabía que no habría faena en ninguna de las casas, noté a un señor corpulento observándome desde el apartamento superior. En cuanto cruzamos miradas, abrió las cortinas en su totalidad y llevó a una mujer madura y gordita con los ojos vendados hasta el ventanal, la penetró desde atrás agarrándola por el cabello sin dejar de mirarme. Las tetas se le pegaban al vidrio de maneras hipnóticas. Él también comenzó a exhibir a su mujer cada vez que tenía oportunidad.
Pasaron tres meses y se habían unido dos miembros más: un joven del edificio de al lado de Damian con su despampanante novia negra y un señor muy peludo que siempre llevaba una muchacha distinta a la terraza de su casa y tenía sexo de la misma manera, como si fuera un ritual. En ocasiones miraba por la ventana y veía a mis cuatro cofrades mirando concentrados un apartamento de mi edificio al que no tengo línea de visión. Me alegró saber que éramos más.
Una la noche fui a la tienda con mi esposa y me encontré a Damián y su pareja, nos miramos inexpresivamente sin saludar. Ella se ve mejor de lejos, pero el saber que la conozco en sus momentos más privados fue emocionante. Las miradas hambrientas que Damián le dirigió a mi mujer, se pagaron solas.
Algunas semanas después se desocupó un apartamento del edificio de la negra y pedí cita para verlo finalizando la tarde, con el solo propósito de conocer a otros miembros del club que no puedo ver desde mi ventana. Era el turno de una muchacha fea que vive dos pisos debajo del mío y que he visto en las zonas comunes un par de veces. Siempre me había preguntado como su esposo, un muchacho muy pinta, estaba con esa pelada tan desabrida: era cuadrada, pálida y con la cara rara, pero la fogocidad con la que lo montaba y la manera en la que se movía había respondido tan absurda pregunta.
Esa noche me comí a mi mujer con hambre.
Somos siete miembros fijos, han entrado y salido varios pero parece que no aguantan nuestro ritmo, solo espero que nunca se retiren la gordia madura, la negra y la mujer de Damian. Si nos encontramos en la calle nos ignoramos y si vemos en las ventanas ajenas situaciones no sexuales, desviamos la mirada. Estoy seguro que el club ha mejorado la vida sexual de los otros tanto como a mí. Por cierto, hoy me toca hacer show.
(inspirado en la vida real)