Reglas

1. Las entradas deben ingresarse terminadas, hasta las 12:00 de la noche del miércoles de cada semana.

2. A partir de la fecha de publicación, los miembros del blog deben comentar en cada entrada, con impresiones, consejos y correcciones (de ser necesarias) hasta el viernes de la semana de publicación.

3. El autor de la entrada debe hacer los ajustes que sean pertinentes antes del siguiente miércoles, fecha en la que debe publicar su nueva entrada.

martes, 30 de septiembre de 2014

Final capitulo 1.Raíces retorcidas de cerezo.

Caía la noche, y los últimos rayos de sol desaparecían en el horizonte, permitiéndole a la tierra ser arrebatada por su fría sombra y el sonido de los grillos. Kai, siguiendo las normas básicas de cortesía, presento a Doji Amane, quien al igual que ellos, era una representante de Clan que conoció mientras se movía de grupo en grupo tratando de enterarse de lo que pasaba. Después de la formalidades, el grupo caminó un rato hasta encontrar el origen de la obstrucción. Eran las puertas del primer puesto de control del castillo del Cruce de los Caminos, formada por una larga empalizada con dos puertas de madera y sus debidos estandartes. A lado y lado podían verse a los guerreros de hierro Daidoji acompañados de Budokas del Clan Grulla, quienes inspeccionaban a todas las personas que pasaban.           
Kai, con toda su dignidad como samurái se acercó a uno de los guardias, y mostrando sus papeles de transito pidió ver al encargado, el Daidoji lo condujo a su superior que se encontraba en una tienda cercana a la entrada, al llegar, el Capitán de guardia muy atareado con la revisión de documentos les brindo una rápida mirada, los viajeros correspondieron con un respetuoso saludo como se acostumbra y a continuación Kai se dirigió al Capitán:

Daidoji Taisa, somos representantes de los Clanes que vienen a participar en el torneo de jade, ¿Sería tan amable de informarnos que es lo que detiene nuestro viaje?, después de examinar rápidamente los blasones de las armaduras, las ropas que llevaban los viajeros y revisar sus documentos respondió:

Que los Kamis y las fortunas los favorezcan como verán, nos encontramos atareados con todos los mercaderes y campesinos que trasportan las cosechas y otras mercancías a Ciudad Imperial, este año se adelantaron las caravanas y tristemente concordó con la llegada de los representantes de los clanes y sus delegaciones. Hacemos lo que podemos y esperamos, solucionar este asunto pronto, disculpen las molestias pero por favor vuelvan  con sus grupos.

 Amablemente Kai ofreció su ayuda en lo que pudieran necesitar y regresaron por donde vinieron.

El aroma del trigo, las especias y el sake escapada de algunos de los vagones mientras pasaban cerca, finalmente el grupo decidió quedarse un rato cerca a la carreta de los Fenix, Hikari dispuso una pequeña hoguera donde preparo algo de comer y de lo cual convido a los presentes. Mientras comían, por ratos se sentía mucho movimiento a sus alrededores, cuando alguno lograba ver algo en esas malas condiciones de luz, se encontraba con grupos de exploradores o uno que otro grupo de Budokas que pasaban a lado y lado del camino. Eventualmente, cansados de esperar decidieron volver al puesto de control a tratar de encontrar una solución.
         
Hablaron por segunda vez con el capitán de la guardia y propusieron hacer pasar primero las delegaciones, no solo por su conveniencia, sino, porque eran los más fáciles de verificar de forma que el proceso se agilizaría. La idea se puso en movimiento y efectivamente la larga fila empezó a disminuir. En ese momento Kai que miraba al cielo reconfortado por poder seguir el viaje, creyó ver algo en el cielo, algo inquietante que apenas vislumbraba. En el horizonte se empezó a iluminar la zona de lo que sería la ciudad imperial, brillo de una forma nunca antes vista y fue ahí cuando pudo ver en el cielo unas figuras que volaban, formas extrañas que definitivamente no eran aves nocturnas sobrevolaban el cielo de la ciudad Imperial.

Los costados del camino empezaron a brillar también, pero no de una forma tan notoria, pues con anterioridad los Budokas habían puesto antorchas a ambos lados del sendero, parecía que casi nadie se había percatado de esto. Desde el otro extremo del camino llego un carruaje con los blasones Seppun. Al parar, sus ocupantes descendieron y apostaron a cada ala de las puertas unas extrañas figuras de madera completamente talladas y adornadas vistosamente con pintura y piedras preciosas. Cuando los grandes objetos estuvieron en posición, la guardia hizo pasar rápidamente los carruajes uno por uno y en un par de ocasiones detuvieron a un grupo de gente que era separada del resto.
    

Después de una media hora el paso se había descongestionado y ya se dirigían al castillo del Cruce de los caminos, definitivamente el día fue bastante raro después de la tranquilidad de la primera parte del viaje. Ahora los suaves murmullos de la noche, le traía nuevamente tranquilidad a sus almas y a medida que el castillo se les hacía más cercano, esa sensación de normalidad que a algunos les  permite  dormir por la noche, los reconfortaba con la promesa de un cálido futón y los altos muros del castillo.     

miércoles, 24 de septiembre de 2014

Capítulo 13, parte 3

Sorry my frens, traté de escribir uno de los primeros capítulos para dar un poco más de trasfondo, pero hoy no me dio la cabeza, so, va el penúltimo de mi mega historia


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Jose entró en la amplia sala de espera con pasos precavidos, recordando la primera lección de artes marciales: cómo caminar.

Su rival estaba en medio de la estancia, con la armadura ligera que ellos mismos diseñaron, el semblante serio y los sentimientos indescifrables detrás de dos ojos verdes.

Cuando lo vio, supo que no habría nadie más presente y bajó el boken de polipropileno, avanzando sereno hasta su mejor amigo. A cinco metros de él se detuvo.

El sonido de la sangre que goteaba del brazo izquierdo de Jose fue interrumpido por el motor de un helicóptero encendiéndose. Trató de caminar hacia la puerta al otro lado de la habitación, pero Mario le cerró el camino dando un paso al lado y ladeando ligeramente el boken, exactamente igual al suyo.
- Recuerda tu promesa, Jose.

Lo hizo. Nunca la olvidó. Y finalmente supo la razón de ella. Arrojó el boken al suelo, sacó sus dos tonfas y asumió una posición equilibrada. Mario adoptó postura de defensa total, lo que lo obligó a reestructurarse la estrategia en la mente.

No tenía ningún sentido hablar con Mario, si se enfrentaban verbalmente perdería y desistiría de su objetivo: Atravesar la puerta que da al helipuerto.

Caminó un poco alrededor de su contrincante, buscando que la rodilla destrozada de Mario no se hubiera recuperado del todo y le dejara aperturas por las cuales atacarlo. Cuando la encontró, atacó, solo para recibir un golpe en la tonfa del brazo izquierdo, que no hubiera causado daño si no tuviera una herida abierta del largo de su antebrazo.

Jose se retiró de un salto entendiendo que Mario no quiso seguir atacándolo. Era una batalla de voluntades: Uno quiere salir al helipuerto, otro quiere impedirlo; ninguno quiere hacerle daño al otro, ambos destruirán al que se ponga en su camino.

Chocaron varias veces sus armas, midiendo sus fuerzas, contando sus tiempos de respuesta, intercambiando golpes no letales en una pelea pareja: Jose estaba agotado, golpeado y herido, pero siempre había sido más corpulentoo y fuerte. Aunque Mario estaba descansado, llevaba casi un año  sin pelear y su rodilla le impedía moverse con la velocidad superior con la que muchas veces vencía en los entrenamientos.

Cada golpe les traía recuerdos: El día que se conocieron en el torneo de MMA, la primera vez que uno derrotó a otro, el día que reclutaron a Manuel y a David a su causa. La primer incursión que hicieron y lo cerca que estuvieron de morir esa misma noche.

Hasta que el motor del helicóptero tomó fuerza. Jose reemplazó sus sentimientos por ira y sus recuerdos se trasladaron a días cercanos mientras crecía su desesperación. Atacó con todo a Mario, intentando deshacer su vida con la madera de las tonfas. En 6 segundos lanzó 11 golpes, 3 patadas y un rodillazo, recibiendo impactos en las costillas, la rodilla  y el hombro. La mitad de los movimientos atravesaron la defensa de su amigo, la mitad de estos fueron recibidos por la armadura, sin más. La otra mitad aventaron sangrante a su enemigo a un lado.

Mario se levantó y llegó  la puerta antes que Jose, que intentaba recobrar el aire mientras se ataba el boken recuperado a la espalda.

- No tengo tiempo, maldita sea! – gritó Jose con desesperación
-  yo sé – contestó Mario, sereno, ocultando el dolor físico y sentimental y haciendo la posición con la que terminaría el duelo: Agarre invertido con la mano derecha, mano izquierda flexionada para mayor fuerza centrífuga y la cadera girada.

Jose botó su astillada tonfa izquierda y cambió la derecha de mano. Enfrentarse al movimiento de Mario seguramente le costará el brazo, llevaba varios meses preparando una contra para ese ataque, pero necesitaría de toda su velocidad en el momento preciso.

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En el cuarto de seguridad, al lado de la sala de espera, Manuel y David dejaron de combatir. Ambos veían, con lágrimas bajando por sus mejillas, lo que mostraban las cámaras y los monitores: Dos almas gemelas enfrentadas, dos caras de una misma idea, pero que miran en direcciones distintas. Hasta ese momento, David quería detener la pelea de sus dos compañeros, pero Manuel, a pesar de su intensa amistad con Jose, no podía permitir que llegara a Carolina.

En cuanto vieron las posiciones que adoptaron, supieron que la pelea había terminado, aunque desconocían al ganador.

- y así todos perdimos – se dejó caer David en una silla cercana
- Solo si paramos acá – Manuel trató de poner la mano en el hombro de su pareja, pero este lo rechazó de un manotazo y se alejó agresivo, caminando cabizbajo hacia afuera del edificio.

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Los músculos de los guerreros se tensionaron a la vez, activados por un gatillo oscuro que los hizo saltar el uno contra el otro, sus corazones retumbaban y bombeaban fragmentos de recuerdos a toda velocidad mientras avanzaron los metros que los dividían. Mario giró todo su cuerpo en un golpe devastador, pero Jose alcanzó a dar el paso adicional que necesitaba y detuvo el boken con la tonfa, esta se despedazó y sintió el hueso fragmentarse en muchos pedazos dentro de su brazo. Sin esperar que el dolor llegara a su cerebro, asestó un puñetazo en toda la boca del estómago de su adversario con la velocidad y masa que llevaba su cuerpo, al punto de levantarlo varios centímetros del suelo y dejarlo asfixiándose en el piso.


Cruzó la puerta y corrió gritando al helicóptero que alzaba vuelo. Creyó ver a Carolina mirándolo desde adentro. Creyó verla apartando la mirada.

Fragmento de "Cyberdumb"

Dado que la tendencia actual parece ser a mostrar fragmentos de trabajos en curso, quise anexarme al desfile. Esta es la versión en español del primer capítulo de una novela-corta tipo Cyberpunk que he intentado realizar a lo largo de los años...próxima semana prometo algo más contenido...

Bajo el sol septentrional, el saco de pana era una camisa de fuerza que asfixiaba mi torso y la corbata roja el nudo del verdugo que sellaba mi condena.

Las cinco personas que me acompañaban, sin embargo, estaban mejor preparadas. Probablemente locales, vestían ropa cómoda y ligera. Cuando salimos de la capital, muchos metros sobre el nivel del mar, creo haberlos visto apresados por el frío de la sabana congelada, pero tales momentos de agonía térmica debían ser las medidas necesarias para afrontar el vil calor que me asolaba.

Tres de los locales se subieron a una camioneta rústica que esperaba más allá de la plataforma, tras las puertas de vidrio, un tanto descuidadas. El piloto dejó su puesto para ayudarles con el equipaje, los saludó con un abrazo cálido y ameno (creo que uno de ellos lloraba) y, después de breves presentaciones y protocolo, partieron todos en el vehículo. El escape del aparato rugía con agonía cada 10 o 15 metros, una banda sonora incómoda.

Los otros dos no tardaron mucho en producir cada uno un teléfono celular -un auténtico ladrillo con antena- y, tras soltar una serie de laberintos vocales en el dialecto de la isla, colgaron la llamada al unísono. Diez minutos después un taxi llegó a recogerlos. Les pregunté si podía anexarme a su ruta (me dirigía a Saint Cecil, el único colegio de nombre extranjero en el lugar) y, con rostro de preocupación me dieron la negativa. El conductor agregó que podía llamar al número impreso en la puerta del vehículo, no era del todo seguro conseguir algo rápido, especialmente en temporada baja, pero era mejor que nada.

Asentí y, conforme iniciaron la marcha, intenté anotar el número de la puerta pero la superficie había perdido la batalla contra el tiempo y, estoy seguro, uno que otro examen de conducción. El número en ella era ilegible. Cuando reaccioné y corrí para ver la puerta por el lado del conductor, el taxi se encontraba lejos ya. El calor del asfalto negro se filtraba por las suelas de mis zapatos, volví a la sombra no mucho después.

El guardia del lugar, Atos, hacía su ronda habitual. Le pregunté qué tan descabellado era intentar hacer el trayecto hacia Saint Cecil a pie. El tipo, un hombre de piel bronceada y cabello ónice abundante recogido en una cola de caballo, miró hacia el horizonte y se quedó mudo por un instante. Parecía reflexionar con minuciosidad, trazar los pasos sobre la carretera con la mirada, convocar el calor, el dolor y el cansancio en un único momento de introspección.

-No – rompió el silencio con una sentencia severa.

-O, bueno, tal vez de noche... - una sentencia no tan severa.

-Pero se lo comerían vivo los mosquitos, estoy seguro. No, definitivamente no– la reflexión no fue tan trascendental, parecía.

Dijo que, si mi espera se prolongaba demasiado, no dudara en acompañarlo a su casa. Estaba cordialmente invitado a tomar posada esa noche, y al día siguiente, bien temprano, llamarían a pedir un taxi, las veces que fuera necesario. Le agradecí con una sonrisa muda y el hombre siguió su ruta del deber. Yo volví hacia las entrañas del edificio, creí haber visto una cafetería en el camino.

El anciano tras el contador me recibió con una sonrisa gentil, sobre la superficie habían todo tipo de pasteles aprisionados por domos de plástico, para conservar su frescura. Una tarea algo complicada, ya que cada pieza de repostería parecía hacerle honor al venerable dueño. No del todo dispuesto a arriesgar mi salud intestinal, me decidí por un cappuccino. El viejo se dio la espalda y caminó con paso lento hacia una máquina antigua en el fondo del local. El aparato hizo un ruido semejante a una licuadora llena de piedras y, un minuto después, el vaso lleno yacía sobre el mostrador. Consideré dejar el dinero y simplemente darme la espalda apenas el viejo se distrajera, pero me disparó una mirada lastimera y de auténtica preocupación, como un francotirador escondido tras un bosque de arrugas. Tomé el pequeño vaso y partí hacia una de las mesas metálicas del lugar.

Perdiéndome en esa laguna espumosa, empecé a imaginarme qué tan particular sería la casa de Atos y qué tan incómodo sería aceptar la derrota y finalmente pedir posada. La bebida transmitía el color de la amargura, un blanco decadente y opaco. El sol se filtraba por entre los tragaluces sucios, los pasillos del aeropuerto un tétrico laberinto ciarooscuro. Y un hombre, sólo con su café, contemplándolo como si se tratará del brebaje más herético de la alquimia de antaño. Hombre en Aeropuerto, óleo sobre lienzo.

Resignado a morir de la manera más barroca posible, sorbí el capuccino. La espuma rosaba mis labios cuando escuché unos pasos acercarse, un caminar nervioso. Luego la voz agitada:

- ¿Richter?
- El mismo – respondí con toda la ironía que mi garganta pudo producir.

- El vuelo se tardó muy poco – comentó casualmente la voz, el agotamiento parecía ya un mero mito de edades antiguas.

- El clima fue bueno.

-¿En serio? La última vez que estuve allá era un infierno congelado.

- Algunos nos hemos acostumbrado.

- Lamento haberlo hecho esperar de más.

- ¿Qué dice? La estaba pasando bien, con los mosquitos, el calor y dos juegos de maletas.

Desvié la mirada hacia la propietaria de la voz repentina. Contuve el ánimo de estallar en furia. Se trataba de una mujer, no menor de 27 años, lucía cabello corto, tres meñiques debajo de la oreja, tono castaño rojizo. Su rostro hablaba de cansancio y noches en vela, líneas de expresión muy marcadas sobre la piel desgastada, torturada por el sol de la isla. Y, sin embargo, mi primera imagen de ella fue una sonrisa burlona e hiriente, una soberbia juvenil y exasperante. Como si hubiera habido cierto placer en mi esperar en vano, en el número ilegible del taxi, en perder el tiempo dialogando con Atos, como si hubiera sido su intención, desde el principio, que el maldito aeropuerto fuera un pequeño purgatorio, un saludo vulgar a la isla. Sus labios se movieron, la lengua moldeando cada sílaba conforme el aire maldito escapa de la garganta de la harpía.

- Le convendría ser menos insolente. Al fin y al cabo, soy su nueva jefe. – supe entonces que lamentaría, por el resto de mi vida, haberme interesado en un lugar como Saint Cecil.

martes, 23 de septiembre de 2014

Continuación capitulo 1.Raíces retorcidas de cerezo.

Mientras tanto sentado en la parte trasera de la carreta, Akodo Kai contempló el camino que dejaba, a medida que los campos de cultivo  y las tierras de sus antepasados quedaban atrás. Con recelo buscaba en el camino, y a veces a su alrededor, la presencia de su ancestro muerto Akodo Yûsei, que lo asechaba desde que tenía memoria. Kai siempre recibía palabras severas de este y gestos de desaprobación, como si sus esfuerzos nunca fueran suficientes. El único recuerdo grato que tenia de él, fue la fugaz mirada cargada de orgullo que le dedicó, al sobrevivir su primer combate en las llanuras de la batalla. Pero desde ayer no lo sentía y eso lo tenía inquieto, ya fuera por costumbre o por significar un mal presagio, su ausencia lo perturbaba. Para calmarse se dedicó a estudiar el terreno que le rodeaba, a conocer más a fondo las capacidades de sus compañeros y a enterarse un poco del lugar al que se dirigían, pues parte de ser un Akodo, es prepararse y anticipar los movimientos de sus contrincantes.
   
En la tarde del primer día de viaje, Kai vio el sol ocultarse en el horizonte, mientras Shiba Hikari  después de un breve desvió, abandono el camino imperial para abordar un bote en las costas de la vía del emperador. Fue toda una sorpresa para ella, después de todo, eran muchas nuevas experiencias en un tiempo muy corto, que al final parece que fue el límite para ella, la nave que no dejaba de ir y venir en su largo trayecto sobre las olas, acabó con la firmeza de su estómago y sus rodillas. Pasó la mayor parte del viaje devolviendo todo lo que comía, aun después de dejar atrás las torres del Amanecer y el Atardecer en las costas de la Ciudad Imperial, su condición no mejoro.
  
Después de varios días de viajar por las costas de Rokugan, los cuatro miembros del Clan Fénix desembarcaron en la ensenada de la Hija Perdida, su destino se encontraba a un par de días de camino. De aquí en adelante para los dos grupos el viaje fue un tanto relajado, tranquilidad que se rompió para los Fenix al encontrar un hombre moribundo, que alguien vio al notar un brazo saliendo de los arbustos del lado del camino. Las ropas de este estaban sucias y trajinadas, cuando los Fenix se acercaron a investigar, trataron de darle los pocos cuidados médicos con las cuales contaban, en ese momento de su manga hecha  casi jirones cayó una carta, que fue recogida por el representante encargado de los Fenix  Isawa Taiga, este la observó y tratando de esconder de su rostro un gesto de preocupación o sorpresa, guardo la carta.
    
El hombre murió mientras lo atendían, no pudiendo hacer más, lo dejaron fuera del alcance de los animales y retomaron el camino con la esperanza de encontrar a los guardias Imperiales, de forma que se enviaran Etas a encargarse del cuerpo. Esperanzas que no duraron mucho al encontrarse unas horas después, con una enorme fila de otras carretas y pequeños carros empujados por campesinos. Taiga bajó de la carreta, observó el gentío y buscó uno de los Budokas que trataban de mantener el orden, sus compañeros no escucharon que dijo pero pudieron imaginarlo, al ver al Budoka salir corriendo y después por un lado del camino pasar algunos samuráis a caballo.

Hikari miraba de lejos a Taiga,  tratando de no perderlo de vista. Ella sabía que era su deber estar pendiente de la protección de él, al ser su superior y el representante encargado, pero no quería permanecer al lado de alguien tan petulante y rudo como le había demostrado ser en el transcurso del viaje. De repente una presencia que se acercaba le llamo su atención, era Akodo Kai, que le dirigía un formal saludo y le preguntaba si sabía algo de la situación. Hikari al estar tan ignorante del asunto como lo estaba y al ser un poco obtusa, simplemente saludo, respondió que no sabía y volvió a mirar hacia donde estaba Taiga. Con la mirada ella lo busco entre la gente, pero él ya no estaba, y creo que no sería ni la primera ni la última vez que desaparecería de su vista en un instante. 

El encuentro


-Esperaba que nos encontráramos al final, creo que solo he llegado hasta aquí para poder verte.

-Yo sabía que así sería, siempre fuiste demasiado terco para dejar a otros hacer tu trabajo.

-Y tu demasiado orgulloso, mi amigo.

-No entiendo por qué estas cosas siempre suceden en verano, la maldita armadura me hace sudar como un cerdo rostizado, y ya empezaron a llegar los buitres, ¿cómo está Chikae? ¿Y el pequeño Eito?

-Chikae sigue siendo tan hermosa como un lago en calma al final del invierno y Eito crece como un roble, algún día su sombra opacará la mía, gracias por preguntar, mi amigo. Lamento la muerte de Fumito, ¿cómo está Sakura?

-Muy triste, el pequeño era la luz de sus ojos, pero hemos encargado de nuevo y con suerte y la bendición de los dioses, no estará sola mucho más.

-Me alegro de corazón por esa buena noticia, ¿cómo se llamará el nuevo heredero del clan Hushida?

-Se llamará como tú o como yo, mi amigo.

-Te lo agradezco.

-¿Estás llorando?

-Debe ser que el viento en mi rostro.

-Creo que a mí ha llegado el mismo viento.

-Hace cuánto estás aquí?

-Llegamos hace 2 semanas, fuimos los últimos en unirse al ejercito, ¿y tú?

-Yo llegué con la vanguardia, hace más de un mes, pero parece que hubiera sido hace varios años, llenos de días sangrientos y noches tensas.

-Lo sé, tu clan siempre ha sido la primera línea.

-Y el tuyo la última.


-Vi lo que hiciste al gigante que blandía el Ōdachi, fue un espectáculo digo de un torneo.

-Siempre te lo dije, de nada sirve un arma gigante si tienes la mente pequeña, ese soldado confiaba más en su apariencia que en su disciplina.

-Quisiera estar ahí cuando le digan al jefe de su clan que un viejo samurái sin armadura mató a su hijo con una vieja katana.

-La perdí hace una semana, mientras tratábamos de atravesar el pantano del lado este.

-Esa fue mi idea, ¿sabes?

-¿Cuál?

-Hacerlos avanzar por el pantano, sabía que perderían su equipo más pesado y algunos caballos.

-Siempre fuiste el más inteligente de los dos.

-Y tú el más obstinado.

-¿Recuerdas cuando el maestro Goru nos obligaba a pararnos en estas estacas de madera del puerto hasta que uno de los dos se rindiera?

-Claro que sí, aún hoy no puedo ir a un embarcadero sin que me duelan los pies.

-Jajajajajaja, sigues siendo un niño llorón, siempre te rendías primero.

-No siempre, cuando apostamos el derecho de cortejar a Sakura, te vencí, después de 3 días y casi desmayarme finalmente cediste.

-¿Quieres que te diga un secreto?

-Es ahora o nunca.

-Lo hice porque ella me lo pidió, cuando fue a llevarnos té y golosinas.

-Lo sé amigo, ella me lo contó cuando nos casamos, nunca podré agradecértelo lo suficiente.

-no tienes por qué, fue un honor ser testigo de su unión.

Para nosotros fue un honor que estuvieras ahí.

-Estás sangrando.

-Es solo un roce, me encontré con una pequeña patrulla en el bosque al este de aquí.

-Eres un idiota, atacaste primero al más de la lanza como haces siempre y uno de los otros te alcanzó con su katana.

-Me conoces demasiado bien, amigo. Sin embargo no fue así, el roce es de una flecha. Un explorador volvió en medio de la escaramuza y me disparó por la espalda, la flecha logró penetrar la armadura, pero no se enterró muy profundo.

-¿Ibas solo?

-Sí, el resto de mi clan se había adelantado para emboscar a la caballería dentro del bosque.

-Los exploradores usan flechas envenenadas.

-Lo sé, ¿empezamos?





miércoles, 17 de septiembre de 2014

El sentido de las cosas


Vi entrar a cada uno de los empleados, vi llegar a la encargada de las boletas, la vi, llena de tedio, quitarle el forro a su máquina, la vi encenderla y sentarse en el asiento en el que seguramente se había sentado mil veces antes, vi a un joven flaco y con cara de trasnocho abrir la puerta del almacén y lo vi voltear el letrero de cerrado, vi mi sonrisa incontenible en el reflejo opaco en la puerta de vidrio mientras entraba, vi el almacén de discos como si fuera la primera vez, vi los detalles metalizados del piso, vi los brillos artificiales pintados en las paredes, vi cada uno de los afiches que colgaban enmarcados de las paredes, vi a todos y cada uno de los que ya estaban dentro, vi sus caras de cansancio a pesar de que apenas eran las nueve de la mañana, vi sus uniformes limpios pero viejos, vi sus gestos llenos de rutina, vi los reproductores apagados, los televisores esperando recibir alguna señal y las escobas en un rincón, aguardando que alguien las recogiera para empezar a limpiar. Vi mi reloj, faltaban tres meses y doce días, vi la boleta en mis manos y me vi allí ese día.





Sentí el cansancio, sentí el dolor en las nalgas y la espalda, sentí las 10 horas del viaje al fin asentándose en los músculos, sentí el frío bogotano pellizcándome la cara, sentí el calor de mis amigos que se estrechaban uno con otro para dejar pasar los ventarrones helados que bajan de la montaña, sentí el aire frío en mi nariz, el sol picándome en las mejillas, sentí desespero por la fila inmensa delante y los montones de coleados que llegaban a cada momento, sentí el punzón agudo de la duda porque no llegaba la que estaba esperando, sentí mi boleta arrugada en el bolsillo una vez más, sentí miedo, por un momento de haberla borrado por tanto tocarla o de que no me sirviera para entrar, sentí electricidad salirme desde el estómago y erizar todos mis pelos, Sentí la emoción que hacía que todo lo demás se me olvidara.



Olí la bareta de los de adelante, olí el pasto eternamente mojado del parque Simón Bolívar, olí el cigarrillo en mi buzo, olí los restos del perro caliente de mil pesos que me acababa de comer en mi jean, olí el perfume de una de mis amigas, olí la cerveza que sostenía y que había derramado cuando empezó a moverse la fila, olí a miles de personas que pasaban a mi alrededor mientras corrían al puesto de entrada, mandando la fila a la mierda, olí los orines del tipo que no fue capaz de salirse de la fila, olí la mierda de perro que hay en todos los parques, olí  el humo de los carros, el afán en la gente que aceleraba el paso. Olí mi propio miedo cuando me di cuenta que ella tal vez no me encontraría.





Saboreé la saliva mientras tragaba el último trago de cerveza, saboreé el amargo que ya había perdido todo el gas, saboreé el humo del cigarrillo, que se arrastraba por mi lengua reseca y chocaba en el fondo de mi paladar como un golpe, saboreé la brisa que pasaba, desde la mañana, cuando llegué, saboreé la esperanza cuando al fin timbró mi celular, saboreé el gusto de saber que estaba cerca, que ya casi llegaba, que no podía esperar verme. Saboreé su saliva, así nunca lo hubiera hecho en verdad.



Escuché mi corazón acelerarse hasta volverse una vibración continua en mi pecho, escuché su voz gritándome alguna tontería, escuché a cincuenta mil personas gritar cuando la banda salió al escenario, escuché mi propia voz quebrarse cuanto mis pulmones no pudieron sostener mis gritos, escuché el bajo antes de que hiciera vibrar el suelo, escuché la guitarra antes de que cortara el aire, escuché la batería antes de que me golpeara el pecho, la escuché a ella gritar a mi lado y me escuché a mí mismo susurrándole todo lo que nunca me atrevería a decirle.

Capítulo 10, parte 4

ACLARACIÓN:

Este es un fragmento de una historia muchísimo más grande, casi del final, de hecho. En este punto, los personajes ya se encuentran desarrollados. Mi objetivo no es hacer una entrada por sí sola, sino comenzar a avanzar ese proyecto que tengo en mi cabeza (y resúmenes en un cuaderno que tengo que encontrar) desde hace varios anhos.

No va a haber contexto.

Los nombres de los personajes son provisionales, le pedí a alguien que me diera el nombre de 2 protagonistas, la novia de uno de ellos y el de 2 amigos gays. Cualquier parecido con la realidad es mera conexión de esa persona.

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Capítulo 10, parte 4

Disminuyó la velocidad al llegar a una parte confiable de la ciudad. Sabía que Manuel lo había ayudado con el carro que los perseguía y que llegarían a su casa seguros.

Jose le hizo señas al portero para que abriera el garaje, parqueó la moto y, en el ascensor, miró bien a Carolina. Por la prisa no había revisado si estaba herida. No tenía daños visibles, pero el miedo apenas estaba marchándose de sus ojos. De sus grandes, negros y tristes ojos.

No dijeron una sola palabra, ni cuando él le llevó ropa cómoda para cambiarse los harapos que tenía puestos.

Ella entró al baño y abrió la ducha. Él fue a la cocina y se quitó la camisa reforzada, hizo gestos al despegar la manga de la herida del brazo. Se lavó la sangre seca en el lavaplatos y se preocupó al ver que el corte había crecido unos centímetros en cada dirección.

Sacó el botiquín del baño y contempló por interminables segundos la silueta desnuda de la novia de su amigo reflejada en la puerta de la ducha. Retiró los puntos desgarrados conteniendo gemidos y con la mano temblorosa se cosió de nuevo.

A sus espaldas la ducha se calló y la puerta  abrió. Carolina buscaba su mirada en el espejo mientras se secaba, pero Jose la rechazaba avergonzado. Cuando se iba a retirar ella lo detuvo, cogiéndole la mano hirviendo del brazo lastimado, enviándole choques eléctricos al estómago y al corazón. Se había anudado la toalla en la cintura, dejando la parte superior del cuerpo descubierta. Él subió lentamente la mirada, recorriendo sin premura su piel perfecta, su mente parecía un ventilador con aspas de colores, que al encenderse dejó todo en blanco.

Ella observó en silencio la herida y acarició suavemente la piel caliente a su alrededor, lo miró un segundo a los ojos, solo para notar el labio reventado y acariciarlo también. Jose se quedó viéndola incrédulo, con palabras que no alcanzaban a pasar de su boca. Las manos de Carolina recorrieron los moretones que él tenía en el torso, las cicatrices en su abdomen y los rasguños recientes en ambos brazos.

Ella lo besó antes de reconocer la palabra que estaba pronunciando. Tuvo que empinarse un poco pero procuró no colgarse de su cuello, porque suponía que le debía doler todo el cuerpo. La verdad es que no sentía nada desde que le tomó la mano, al salir de la ducha.

Fue un beso corto, con una larga exhalación después. Pero fue seguido por otro, que aceleró su respiración. Al finalizar el cuarto beso ella estaba casi acostada en la cama; él buscó un quinto y ella huyó recostándose más, pero halándolo hasta quedar cubierta por él, ya que la toalla había quedado a mitad del pasillo.

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Lo más duro para Mario fue el silencio. A veces pensaba que los micrófonos en la casa de Jose se habían dañado, pero el sonido al abrir una puerta, de la ducha, de pasos pesados…

- Estás dañándote la cabeza, necesitamos descansar -   Dijo David. Mario lo miró desconsolado y sonrió tristemente.
- Voy a pedir un taxi – se levantó dejando los audífonos a un lado.
- Yo puedo llevarte, Manuel y yo discutimos temprano y se fue directo para nuestro apartamento. Ya caminas sin bastón? – El líder asintió, pero sus ojos perdidos indicaban que estaba respondiendo las preguntas de un fantasma silencioso.
- Necesito comenzar a entrenar pronto, crees que Manuel me ayude?
- Solo si no se lo digo yo – Ambos rieron.


Lo más duro para Mario fue el silencio. Silencio que duró 3 días.

Troy y Puppy

Los revoloteos de Troy por toda la habitación ofuscaban tremendamente a su padre. Después de varias semanas desempleado, cualquier cosa que lo sacara de su estado contemplativo lo ponía iracundo. Las pocas ideas que podía concebir eran desesperadas y giraban en torno al odio. Ni siquiera las risas de su hijo servían para sacarlo de su miseria. 

Puppy iba y venía por toda la habitación, se revolcaba, movía la cola, daba la pata, sacaba la lengua y babeaba. A Troy esto le parecía increíble, desde que el cachorro llegó a su vida no había salido de la incredulidad y la estupefacción. Era lo máximo que le había pasado hasta entonces y cada una de las acrobacias y locuras de Puppy lo hacían sentir intensamente feliz.

Las pocas veces que Ben se asomaba al cuarto de su hijo husmeaba por los bordes de la puerta. Ver sus risas y la felicidad que salpicaba por toda la habitación casi lo transportaba a otro mundo. Luego volvían las ideas de venganza y rencor que se habían ido apoderando poco a poco de todo su ser.

Troy durante varias semanas había estado enseñándole diferentes trucos al perrito. Hacerse el muerto, sentarse y todo lo que un cachorro terminaba aprendiendo fácilmente. Después de largas jornadas de entrenamiento lo había conseguido. Puppy ya se sabía varias cosas y las hacía con facilidad.  En medio de sus jugarretas, el niño desbordaba de emociones. Su mascota prácticamente se había convertido en todo su mundo. Y para él ese era el mejor mundo que jamás podría volver a existir.

Ideas provenientes de la locura se asomaban por la cabeza de Ben. Era consciente de las mismas, pero eso no le molestaba. Había llegado al punto de que todas sus fantasías de muerte y destrucción se habían convertido en su hogar feliz. En ese mundo era Dios y todos estaban a su merced. Incluso Troy.
La relación entre el niño y el perro tornaba cada vez más fuerza. En ocasiones Troy sentía como el su mascota casi que se fusionaban en una misma mente. Sus comportamientos comenzaban a sincronizarse. Los jugueteos y trucos de Puppy que una vez fueron enseñados por el pequeño, se volvían parte de una rutina armónica. Las formas de ambos se entremezclaban impidiendo reconocer a ninguno.
La desquiciada mente de Ben lo llevaba por paraísos de dolor y sufrimiento. No  soportaba el restallar de los sonidos hechos por Troy y su animal. Desconfiaba completamente de ese ser cuadrúpedo y de la horrorosa forma que lo acompañaba. Siempre imitando sus movimientos. Siguiendo un ritmo inexistente. Con un su mirada perdida en un horizonte imaginario.

Puppy y Troy habían desaparecido. La habitación que en algún momento estaba colmada de risas vivía en una ensordecedora repetición de movimientos. Había dos representaciones de dos criaturas sin forma. En ese momento no se identificaba quién imitaba a quién. Ni qué había sido alguna vez un niño o un perro.

Ben ya no soportaba la situación. Ahora él se sentía vigilado. Era como si el eco proveniente de la habitación transportara mensajes de todo lo que hacía. Su mundo estaba siendo absorbido por los fantasmas que vivían en el cuarto de Troy; asfixiándole. Las brumas se habían tomado cada rincón de la casa.

Su única escapatoria era acabar con ellos primeros, antes de que lo hiciesen con él. Aperado con  un bate de béisbol  subió las escaleras que lo conducían hacia el cuarto de quien fue alguna vez su hijo. Con lágrimas en sus ojos y temblor en cada una de sus articulaciones se dirigió hacia la habitación. Entreabrió la puerta. Una profunda obscuridad se había postrado en ella. Sin embargo las siluetas se alcanzaban a percibir. El armónico movimiento de las sombras que se desprendían de ellos lo enfurecía y entristecía.

En el momento decisivo, cuando estaba completamente dispuesto a acabar con su agonía. Una dócil mano se apoyó sobre su hombro.

-          Yo también lo extraño-. Apuntó.  


martes, 16 de septiembre de 2014

Raíces retorcidas de cerezo. (Cherītsuisutorūtsu monogatari)

Mientras escribo estas líneas, los últimos pétalos de las flores de cerezo caen en esta silenciosa noche iluminada por la luna. El sake no sabe bien, perdió su buen sabor  desde que las sombras cubrieron el horizonte quitándonos la esperanza. El verano se acerca, aunque no puedo dejar de pensar en el invierno eterno que se aproxima, no había días tan negros desde la era del emperador oculto. Han sido ya varios años, desde que todo comenzó, el peso de estos y los recuerdos se me hacen casi insoportables, pero algunos hombres nacen para ello: para ser los testigos del paso del tiempo y las marcas del destino. Finalmente  el círculo está completo, el movimiento dado a la gran rueda por los actores nos lleva a la caída del telón, mientras contemplamos la gran pieza de jade rota y ennegrecida.
Es aquí, frente a la sobrecogedora mirada de los Kami un fresco día de primavera, que yo  Abe no Seimei, antiguo maestro shugenja de la villa de Musume, recorreré en mi mente por última vez, el camino que nos trajo a este desenlace.


Capítulo 1. Los nueve caminos del zorro.

Trecientos años después de la Era de los 4 vientos (para ser más exactos el tercero del siglo XIII) y como cada tres años se realizaría el torneo de jade en el castillo del cruce de los caminos, ubicado en territorio del Clan Grulla. Por todo el país los emisarios del emperador corrieron veloces por campos y montañas llevando a las aldeas o ciudades favorecidas, el edicto Imperial que daba inicio a tal evento, mientras tanto, estas esperaban con impaciencia ser partícipes de tan alto honor.  

Es así, como los lugares favorecidos fueron: El castillo Kaiu en representación del Clan Cangrejo, por el Clan Grulla la aldea Mizen, la ciudad  del martillo del agua fue escogida para representar el Clan Dragón, ciudad Foshi en representación del Clan León, de la  ciudad del relámpago se escogería el representante del Clan Mantis, la ciudad del bosque ensombrecido seria el lugar de origen de los representantes del Clan Fenix, de la aldea Shutai vendrían los representantes del Clan escorpión y finalmente, la aldea Okuyaki representaría al Clan Unicornio.

A cada lugar escogido se despachó una delegación compuesta por un heraldo Miya acompañado por guardias Seppun, portadores de la palabra del emperador. A cada lugar indicado viajaron los mensajeros y al llegar a su destino comunicaron su mensaje en el lugar más público. La poderosa voz del heraldo Miya y su presencia fueron suficientes para hacer llegar a los súbditos del imperio el mensaje. Las curiosas caras contemplaron al sequito imperial, guardando en su corazón la esperanza de logar honor y estatus para sus familias por medio del evento. Y como los primeros rayos de sol al inicio de la primavera, las buenas nuevas colmaron de vida y movimiento las calles de cada ciudad elegida, pues es tradicional en Rokugan celebrar un pequeño festival antes de la selección de los representantes.

En ciudad Foshi la alegría se percibía en el aire, pues Akodo Kai, el hijo del jefe militar de la ciudad había sido elegido como uno de los representantes. De una larga línea de guerreros y estrategas militares, él tendría ahora la oportunidad de traer gloria a su familia y borrar de una vez por todas, la última huella de oscuridad que pesaba sobre sus cabezas. El joven samurái disfrutó de las luces, la danza y la comida antes de partir, como una forma llevar consigo algo de su tierra, así fuera en sus recuerdos. A la mañana siguiente se despidió de sus padres y abordó el transporte que lo llevaría, junto a sus tres compañeros al lugar del torneo. Un largo viaje les esperaba, uno que Akodo Kai nunca podría haberse imaginado.  

Algo completamente distinto fue lo que se vivió en la ciudad del bosque ensombrecido, donde al final del sorteo, todo el bullicio, la música y el movimiento que existió previo al gran evento, pareció congelarse por unos segundos y en medio de la más profunda incredulidad, todos los presentes callaron al escuchar el último nombre. Shiba Hikari por primera vez en su vida tenía sobre si las miradas de todos, con una expresión distinta a la decepción. Si, aquella chica torpe, de una familia casi en desgracia, aquella sin ningún talento especial, era ahora parte de los representantes del Clan  Fenix, como dicen, definitivamente  las fortunas favorecen al hombre mortal. Ella se comportó como habría de esperar se de alguien de su dignidad, o  tal vez con el tiempo esas miradas, esos susurros y las ofensas dejaron de importar. Pero ahí estaba ella, a la mañana siguiente  mirando cómo se alejaban las caras confundidas de sus familiares y en su cabeza al fin, la certeza que todo esto no era un sueño.  

jueves, 11 de septiembre de 2014

"Hipocrático"


Debí haber sido menos objetivo.

Debí haber hecho ficción, embellecido los rincones, haberle dado matices a las sombras que se extendían desde los cuatro rincones de la habitación. Debí haber hablado, al menos una única palabra de aliento, aunque yaciera inerte, ojos perdidos mirando hacia el cielo plateado y venenoso. Debí haber apagado la cámara, aprovechado el tiempo para llorar entre relámpago y relámpago conforme la luz halógena acariciaba su piel. Debí haberme ido en ese entonces, haberle dado la espalda a toda la fanfarria, a toda la farsa de los hombres con rostro de lente. Debí haberme sentado con paciencia, frente a la máquina, a la luz de una única vela, haber sido respetuoso, haber hecho un tributo.

Debí haber dicho que su cabello era castaño, fino y brillante; no rojo, oxidado y famélico. Debí haber puesto claveles en su mesa de noche, no una jeringa en un vaso vacío. Debí haber dicho que tenía un hijo, un muchacho jocoso y jovial, debí haber dicho que su familia se limitaba a un par de piedras. Debí haberle dado un esposo heroico y humano, no un anónimo de silueta borrosa; debí haberle dado color a los negativos, no conformarme con ese sepia impersonal y enfermizo. Debí haber pensado en párrafos y no en frases, en versos y no en prosas, debí haber escrito con la cadencia de las olas, no con la de un revólver.

Debí haber dicho que su sonrisa era cálida y amena, que lloraba más por felicidad que por tristeza. Debí haber dicho que le gustaban las películas tristes, que su pasatiempo era escribir cartas de despedida para nunca recitarlas. Debí haber dicho que caminábamos juntos por los parques, que nos perdíamos por senderos solitarios bajo los atardeceres ardientes de la ciudad. Debí haber dicho que la conocí en el asfalto, que nuestras primeras palabras fueron risas incómodas. Debí haber dicho que me perdí en sus fotos, que recorrí sus recuerdos a zancadas, que sus palabras me arrullaron más de una vez, dulces y gentiles contra la sinfonía de bocinas y accidentes.

Debí haberle dicho que lo sabía, que estaba uniendo las piezas. Que los silencios se hacían más largos y la nausea más severa. Que vi su espalda marcada con sangre, conforme caminaba hacia las sombras de la habitación. Debí haberle dicho que no estaba de acuerdo, que no mirara hacia atrás. Debí haberle dicho que sonaban las campanas, que los cuervos picoteaban a mi ventana para que los pudiera ver volar hacia el sol despiadado, las nubes pesadas, hastías y somnolientas. Debí haberle dicho que las mañanas pesaban sobre mi hombros. Debí haberle dicho que no sangraba, que no respiraba, que había cerrado las mandíbulas y ahora tragaba. Debí haberle dicho que estaba ahí, que la miraba desde detrás de mis párpados, que mi voz me era ajena, que mis dedos se dormían, que toqueteaban la mesa al compás de una marcha desconocida.

Debí haberme deshecho de todo, debí haber quemado su ropa; debí haber devorado sus pesares. Debí haber atrancado la puerta, debí haber cercado las ventanas, cortado los teléfonos. Debí haber perdido mi nombre, debí haber renunciado a mi vida, debí haber conservado mi nombre, debí haberme bajado del taxi conforme la imagen de su ventana se perdía entre la lluvia borrascosa. Debí haber dicho que se detuviera, debí haber corrido bajo la lluvia, debí haberme quedado recostado sobre la puerta forzada, debí haber esperado al atardecer, debí haber golpeado las paredes, romperme los nudillos, fracturado las manos. Debí haber dicho que lo sentía, que era mi culpa, que todo había sido mi intención. Debí haberla amado, no haberme alimentado de su miseria.

Debería haber escrito una confesión, no un obituario.