El príncipe Samir abrió la puerta de la prisión enterrada con valentía, tras de sí los tres mil guardianes ciegos yacían muertos y en su mano derecha la espada de fuego brillaba como el sol de mediodía, se sacudió el sudor y avanzó con paso firme ensuciando sus botines tejidos con hilos de oro al pasar por los charcos de la celda donde desde hace mil años su hermana lo esperaba.
Al llegar al final de la celda encontró la jaula de mil cerrojos de la que le había hablado el vidente del reino de Bahawalpu. El príncipe Samir avanzó con precaución y sacó la lámpara de aceite que contenía al Gin, tratando de no despertar al gigantesco escorpión que dormía tras la jaula, la acercó a sus labios y casi sin separarlos susurró las palabras secretas que había robado de la serpiente gigante de la cima del monte Nanga Parbat.
El Gin tiñó la gran celda con una niebla de color ocre y el ambiente se llenó del sabor de las frutas podridas dejadas al sol. El escorpión despertó y preparó su letal aguijón para atacar pero era muy tarde, el príncipe Samir ya le hablaba al Gin en el lenguaje secreto que solo ellos conocían y este con un parpadeo de sus ojos rojos desterró al escorpión hasta más allá de las estrellas.
Samir le susurró al Gin su segundo deseo y los mil cerrojos cayeron al piso en pedazos, tras ellos la pequeña jaula empezó a abrirse y unos pies descalzos y sucios aparecieron, seguidos del resto de la pequeña princesa Aarya, que se abalanzó corriendo a su hermano que abrió los brazos y la sujetó tan fuerte que sus huesos crujieron, pero nadie lo escuchó pues sus risas llenaban la jaula, la celda, la prisión y el resto de túneles de la mina de las almas prisioneras y con esas risas miles de prisioneros rieron, recordando la felicidad y el calor del sol por primera vez en cien mil años.
El tercer deseo que Samir le pidió al Gin fue sacarlos de allí y dejarlos cerca de su castillo, donde el rey y la reina esperaban con un banquete digno de los príncipes más valientes del reino de Allah, pero el Gin erá cobarde y en vez de dejarlos en los jardines de su castillo, los dejó cerca de la vieja casa de la anciana Hirjaim, pues El Gin sabía que los seguían los espíritus furiosos del viento y la arena y no quería pelear con ellos.
Samir maldijo al Gin y lo desterró a la lámpara de aceite con las palabras secretas que conocía. Entonces miró con pesar a su hermana que aún cubierta de polvo lo miraba con sus grandes ojos negros , entonces, dándose por vencido, soltó una lágrima que al tocar el piso hizo florecer todas las amapolas de la tierra. Pero Aarya no había llegado hasta allí para dejarse vencer y tomó con su pequeña mano al príncipe, ambos entraron a la casa y con cuidado tomaron un gran chador tejido con cabellos de ángeles que la anciana guardaba en un gran cofre de oro en el centro de su casa, con él, sabía la princesa, vencerían a los espíritus del viento y de la arena que revoloteaban furiosos en el desierto, los príncipes avanzaron hacía la puerta tomados de la mano listos para salir a la tormenta, entonces un espíritu furioso la echó abajo y entro a la casa todo vestido de arena y muerte.
Samir estaba en blanco, el soldado lo miró nervioso a través de sus gafas de arena y repitió el grito en ese lenguaje que siempre le había sonado como los ladridos de un perro enfermo, Aarya sonreía colgada de su mano, el burka que habían tomado de la casa de la señora Hirjaim para cubrirse de la tormenta que se avecinaba era una bola de color azul vivo bajo su pequeño brazo sucio. Samir vio la mirada del soldado llena de miedo mientras el cañón del fusil se desviaba hacia su pequeña hermana, los ladridos del perro enfermo se llenaron de rabia y angustia, Arya soltó el chador asustada y se abrazó a Samir que la cubrió con su cuerpo antes de escuchar la ráfaga.