Yaher exhaló una última vez y dejó de existir.
El arma cayó sobre el piso de madera como un segundo trueno,
con humo gris aún emergiendo del cañón. Unos minutos después, el peso de su cabeza,
desequilibró su cuerpo y este colapsó en una posición completamente
antinatural, sobre el gran charco de sangre que había a sus pies, lo que lo
hacía parecer un saco arrojado sin preocupación en el centro de una habitación.
La sangre fluyó hasta los espacios entre las tablas y empezó
a acumularse en la división de concreto que separaba el apartamento de Yaher
con el de la familia Ditrish, que en ese momento se encontraba a punto de
empezar la cena en el comedor, directamente bajo el cuerpo.
Serlin Ditrish, el padre, se encontraba sentado en la
cabecera de la mesa, terminando de dirigir la oración habitual, con los ojos
cerrados, pensando en una luz que iluminaba su mesa y a su familia, como solía
hacer desde que su abuelo le enseñó a orar, 50 años atrás. Su esposa, Yolanda,
repetía la letanía por inercia, ajustando su itinerario del día siguiente, para
poder reunirse con una vieja amiga con quien se había encontrado casualmente
dos días atrás. Merí. La hija mayor canturreaba su canción favorita de
Boys2Men, mientras se imaginaba a Jack Russel, duchándose. Finalmente Tregui,
el hijo menos de los Ditrish, y el único de los 4 con los ojos abiertos,
trataba de robar un poco de la crema batida que adornaba el pastel que estaba
en el centro de la mesa, rodeado de vegetales y pescado.
Los fragmentos del cráneo de Yaher que la bala había
impulsado se habían clavado en la pared blanda de la división entre la cocina
y la sala, su materia cerebral, a pesar
de no ser completamente líquida, se dispersó por el impacto en múltiples
direcciones, llegando incluso al edificio de enfrente, a través de las ventanas
abiertas, aterrizando en una fotografía familiar, justo en el centro de la frente de una mujer rubia que
abrazaba a su esposo.
La sangre encontró un espacio entre la tubería de gas y el
sellamiento para atravesar el suelo y llegar sin complicaciones al techo de la
casa Ditrish, donde empezó a acumularse lentamente, mientras se filtraba por el
cielo raso, justo sobre el plato humeante de pescados cocidos.
La bala aterrizó a un par de cuadras del apartamento de
Yaher, completamente deformada por encontrarse en su camino con una pared, un
contenedor de basura, un hidrante y el asfalto de la calle, cayó sin fuerza a
los pies de Ray Raymond Jr, un mendigo de casi dos metros con demencia que a
esa hora arrastraba su carro de supermercado a lo largo de la calle, buscando
un lugar seco para dormir.
El primero en notarla, sin embargo, fue Lindon B. Johnson,
el perro de Ray, que se abalanzó sobre la pequeña piedra brillante al sentir el
olor de carne que la impregnada, Ray vio a su compañero olerla con desconfianza
unos segundos antes de meterla en su boca, lo que lo hizo reaccionar,
acostumbrado como estaba a evitar que el pequeño pulgoso comiera cosas
desconocidas, pues así había perdido a su anterior compañero, quien había
muerto envenenado al comer carnada llena de veneno de rata.
Ray tomó la bala en sus sucias manos mientras el olor
despertaba en él antiguos recuerdos de su paso por el ejército al mismo tiempo
que la primera gota de sangre caía sobre la mano de Tregui Ditrish, quién
finalmente había podido robar una generosa porción de la crema batida que
adornaba el pastel sobre su mesa, justo
cuando su padre termina su oración y abría los ojos, descubriéndolo en el acto.
Está interesante, así mismo podrían desprenderse más consecuencias si se decidiera a dedicarle más trabajo.
ResponderEliminarParece raro que la familia cenando no se altere por el sonido del disparo, del arma al golpear el suelo y del cuerpo cayendo. Creo que te faltó calcular ese detalle dentro de las consecuencias.
El título es con "s".
La metáfora del saco en el suelo me parece muy forzada, innecesaria.
A veces decís dibris y otras ditrish.
En la descripción de la cena siento demasiadas pausas.
Hay un "impregnada" que debería ser "impregnaba".