La pequeña puerta en el rincón del sótano había estado
entreabierta desde siempre, el bombillo amarillo colgaba de un viejo cable a la
mitad de la habitación y titilaba con el sonido de la electricidad
intermitente, Alicia recuerda el olor a humedad y a tela podrida, recuerda la
madera amontonada en un rincón y las cajas vacías, el gigantesco calentador
central enterrado en la mitad de la habitación como una gran jaula que lograba
contener a penas a alguien que se agitaba en su interior.
Y allí en el rincón donde la luz del bombillo no llegaba
estaba la pequeña puerta entreabierta, el óxido había dañado la pintura y
revelaba un viejo metal que se podría lentamente, más allá solo se veía
oscuridad.
Miles de veces pensó en la pequeña puerta y en lo que había
más allá, imaginando que al abrirla un mar de pequeñas ratas salían y la
devoraban antes de poder gritar o que una mano gigante la atrapaba y la
arrastraba a la oscuridad, o que tras ella la esperaba una caída infinita, o un
mar infinitamente profundo.
Justo hoy, cuando volvía a la casa de su infancia después de
15 años, Alicia recordó la pequeña puerta. La casa estaba deshecha, faltaban
pedazos de techo y algunas paredes habían colapsado dejando entrar yerbas y
animales que escapaban asustados a su paso. Alicia recorrió las viejas
habitaciones ahora vacías y atravesó los viejos pasillos ahora destruidos
saboreando el momento, en un ritual que sentía como un preludio.
Las escaleras de madera crujieron bajo su peso, Alicia bajó
lentamente, apoyando una mano en la fría pared de concreto mientras con la otra
apuntaba su linterna rompiendo la oscuridad que se cernía sobre ella. El viejo
calentador aún se erguía en el centro de la habitación, inclinado hacia un
lado, los tubos desconectados ahora parecían brazos cercenados que se elevaban
al cielo, en plegaria, el sonido del agua estancada era constante, en alguna
parte las gotas se estrellaban contra la piscina que ahora era el fondo y sus
ondas resonaban por todo el cuarto.
Alice sintió el agua helada atravesando sus zapatos y sus
medias, la sintió encontrando su piel y abrazándola, hasta la altura de las
rodillas al tocar el suelo. Caminó con dificultad entre la basura y los
escombros y al tocar el viejo calentador sintió la vieja corriente helada que
llegaba desde la pequeña puerta entreabierta, la ansiedad la inundaba cada vez
más profundamente, haciendo que el frío que sentía en sus piernas se esparciera
por todo su cuerpo, hasta que su aliento se hizo visible al ser tocado por la
luz de la linterna.
El recuerdo era tan real que podía sentir sus recuerdos
escalar desde el fondo de su memoria, buscando la superficie de su mente,
viejas fantasías, viejos miedos, viejos deseos, todos luchando desesperados,
subiendo cada vez más rápido por su espalda, por sus brazos, por sus piernas,
brotando de todos los rincones del sótano y arropándola con un manto helado y
familiar, haciéndola temblar cada vez más intensamente.
El sonido de la linterna al caer de su mano rompió el
ensueño, aún terca, logró iluminar unos segundos antes de apagarse y dejarla
sumergida en la más completa oscuridad. Por primera vez, pero Alicia no
necesitaba luz para guiarla, miles de veces había bajado esas escaleras y había
atravesado la habitación en su mente, miles de veces había apoyado su mano en
el gigantesco calentador y miles de veces había sentido la brisa helada que se
colaba a través de la diminuta puerta entreabierta en el rincón más oscuro del
sótano, alargó su temblorosa mano en la oscuridad y sintió el metal oxidado
abrirse lentamente.
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