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miércoles, 11 de febrero de 2015

El umbral


La pequeña puerta en el rincón del sótano había estado entreabierta desde siempre, el bombillo amarillo colgaba de un viejo cable a la mitad de la habitación y titilaba con el sonido de la electricidad intermitente, Alicia recuerda el olor a humedad y a tela podrida, recuerda la madera amontonada en un rincón y las cajas vacías, el gigantesco calentador central enterrado en la mitad de la habitación como una gran jaula que lograba contener a penas a alguien que se agitaba en su interior.

Y allí en el rincón donde la luz del bombillo no llegaba estaba la pequeña puerta entreabierta, el óxido había dañado la pintura y revelaba un viejo metal que se podría lentamente, más allá solo se veía oscuridad.

Miles de veces pensó en la pequeña puerta y en lo que había más allá, imaginando que al abrirla un mar de pequeñas ratas salían y la devoraban antes de poder gritar o que una mano gigante la atrapaba y la arrastraba a la oscuridad, o que tras ella la esperaba una caída infinita, o un mar infinitamente profundo.

Justo hoy, cuando volvía a la casa de su infancia después de 15 años, Alicia recordó la pequeña puerta. La casa estaba deshecha, faltaban pedazos de techo y algunas paredes habían colapsado dejando entrar yerbas y animales que escapaban asustados a su paso. Alicia recorrió las viejas habitaciones ahora vacías y atravesó los viejos pasillos ahora destruidos saboreando el momento, en un ritual que sentía como un preludio.

Las escaleras de madera crujieron bajo su peso, Alicia bajó lentamente, apoyando una mano en la fría pared de concreto mientras con la otra apuntaba su linterna rompiendo la oscuridad que se cernía sobre ella. El viejo calentador aún se erguía en el centro de la habitación, inclinado hacia un lado, los tubos desconectados ahora parecían brazos cercenados que se elevaban al cielo, en plegaria, el sonido del agua estancada era constante, en alguna parte las gotas se estrellaban contra la piscina que ahora era el fondo y sus ondas resonaban por todo el cuarto.

Alice sintió el agua helada atravesando sus zapatos y sus medias, la sintió encontrando su piel y abrazándola, hasta la altura de las rodillas al tocar el suelo. Caminó con dificultad entre la basura y los escombros y al tocar el viejo calentador sintió la vieja corriente helada que llegaba desde la pequeña puerta entreabierta, la ansiedad la inundaba cada vez más profundamente, haciendo que el frío que sentía en sus piernas se esparciera por todo su cuerpo, hasta que su aliento se hizo visible al ser tocado por la luz de la linterna.

El recuerdo era tan real que podía sentir sus recuerdos escalar desde el fondo de su memoria, buscando la superficie de su mente, viejas fantasías, viejos miedos, viejos deseos, todos luchando desesperados, subiendo cada vez más rápido por su espalda, por sus brazos, por sus piernas, brotando de todos los rincones del sótano y arropándola con un manto helado y familiar, haciéndola temblar cada vez más intensamente.

El sonido de la linterna al caer de su mano rompió el ensueño, aún terca, logró iluminar unos segundos antes de apagarse y dejarla sumergida en la más completa oscuridad. Por primera vez, pero Alicia no necesitaba luz para guiarla, miles de veces había bajado esas escaleras y había atravesado la habitación en su mente, miles de veces había apoyado su mano en el gigantesco calentador y miles de veces había sentido la brisa helada que se colaba a través de la diminuta puerta entreabierta en el rincón más oscuro del sótano, alargó su temblorosa mano en la oscuridad y sintió el metal oxidado abrirse lentamente.

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